Noche de cuero, cadenas y quejíos

Las sesiones Flamenco Queer del bar La Federica exploran los límites del cante jondo desde sexualidades alternativas

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Nando Cruz

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En Barcelona coexisten incontables circuitos, escenas y propuestas al margen de la cultura elitista y la comercial, la subvencionada y la patrocinada. Ese es el verdadero tesoro de esta ciudad, aunque la mayoría subsistan a duras penas. Las hay que solo podrían haber nacido en esta ciudad. Aquí, por ejemplo, han llegado durante décadas numerosos artistas flamencos en busca de espacios de libertad que no encontraban en el purista ambiente andaluz. Y en este clima que fomenta las disidencias flamencas ha brotado el proyecto Flamenco Queer.

El guitarrista Jero Férec y el bailaor Rubén Heras comandan estas veladas mensuales que exploran el flamenco desde una perspectiva queer. Lo hacen en La Federica, local de referencia para la comunidad gay barcelonesa. ‘El ambiente del Poble-sec’ es el reclamo de este bar de copas. Al final de la barra se abre un habitáculo de unos 30 metros cuadrados que acoge cabarets solidarios, tómbolas en las que se sortean juguetes eróticos y veladas en homenaje a divas como Cher y Céline Dion. La Federica abrió sus puertas abatibles en julio de 2015 y este otoño albergó el primer espectáculo ideado por Jero y Rubén.

Bonito Soniquete de Maricas

“Soy como el oro / Soy como el oro / Cuanto más me desprecian / Más valor tomo”, reza aquella toná de trilla que han cantado Arcángel y Camarón. Hoy la entona Cristina López, invitada a esta cuarta sesión de Flamenco Queer. Lo que escuchamos es ortodoxo. Lo que vemos, no tanto. Cristina tira de dos cadenas al cabo de las cuales están los cuellos de Férec y Heras. Los arrastra por el escenario sin perder el compás. La estampa es más propia de un antro de BDSM y, en cierto modo, lo es. El espectáculo de hoy tiene como título esas cuatro siglas que además de referirse a las prácticas de bondage, dominación, sadismo y masoquismo, apuntan otro significado: Bonito Soniquete de Maricas.

El bailaor cae al suelo y se arrastra mientras la cantaora sujeta la cadena y el guitarrista bate palmas. El público boquiabierto observa la estampa apretujado como en un vagón de metro. Pronto se oirán los primeros olés. También, algunos cuchicheos en inglés. Esa de ahí es la madre del bailaor. Ese del fondo es Jay Jay Revlon, un bailarín inglés de voguing. La última sesión de Flamenco Queer fue una exploración de las conexiones entre el baile flamenco y este otro popularizado en Estados Unidos durante el auge del house. Uno no sabe ya si estamos en un club gay neoyorquino de los 90 o en una cueva del Sacromonte. 

El jaleo que llega desde la barra impide escuchar a Heras cuando lee un fragmento del 'Manifiesto contra-sexual' de Paul B. Preciado. La cantaora calienta el ambiente con unos fandangos. A su lado, también sentado, Jero pellizca las cuerdas de la guitarra. Es el cuadro flamenco de siempre, pero nada en su aspecto replica la estampa impuesta en los tablaos para turistas. La cantautora va de negro, sí: de cuero negro. Del ceñido collar del tocaor cuelga una llave de candado antiguo. La camiseta de rejilla del bailaor transparenta la anilla que cuelga de su pezón. Juntos forman un flamenco triángulo de amor bizarro. 

La 'Nana del culo'

Tras un descanso, Heras y Férec regresan con nuevas ideas. Ahora es el guitarrista quien lleva atado al bailaor. Suena la ‘Nana del culo’ de los gaditanos RomeroMartín, otro furibundo frente de liberación sexual flamenca a puntito de editar sus primeras canciones. “Yo no pongo la mejilla / Pongo el culo / Pongo el culo”, se escucha. La secuencia electrónica invita a Heras a dinamitar otras cuantas inercias del baile flamenco. Un flequillo rojo de tela a modo de cortina le cubre el rostro. Si Prince levantase cabeza, se lo llevaba de gira.

En este formato de laboratorio abierto, los artistas no vienen a satisfacer al público con tópicos rutinarios. Esto es un anti-tablao. Cristina canta para el bailaor. Rubén baila para el tocaor. Jero toca para la cantaora. Se buscan y exploran otras expresividades. Son juegos de dominación y sumisión entre los artistas, pero también entre artista y público. Antes, Heras ha tomado por la barbilla a una mujer y ha bailado para ella sin que pudiera resistirse. La espectadora de la silla de al lado, turista estadounidense, se ha quedado petrificada.

Férec afirma que los café-cantante de antaño tenían un aire muy queer, aunque el formato de tablao que impulsó Franco para promocionar el flamenco restó libertad a estos espectáculos de corta distancia. Estas veladas quieren retomar aquel espíritu transgresor desde una mirada actual. Por eso Jero husmea el peligro con su guitarra y Cristina espía la escena con avidez hasta que Rubén, ya a pecho descubierto, la arrastra al trío tirando con fuerza de la cadena que ata su cuello. Su mirada desvela peligro. Su quejío intuitivo desemboca en unos tangos del Sacromonte. ¿O son del Sadomonte? Y así, entre fandangos y tarantas, el flamenco rompe una cadena más.

A espaldas de El Molino

Este espectáculo se podría estar exhibiendo en El Molino. De hecho, La Federica está justo detrás del escenario que popularizó las revistas picantes del siglo XX y el último concierto de Enrique Morente. A su sombra, Jero y Rubén pasan dos sombreros para que el público aporte la voluntad. “Hambre, tenemos hambre”, cantan con salero. Piden “monedas, billetes, tarjetas de crédito, de débito, transferencias bancarias, las llaves del coche”. La recaudación es rematadamente insuficiente para lo que se ha visto, oído y, sobre todo, intuido aquí.

En unos segundos el teatrillo de La Federica recupera su aspecto habitual de habitación del fondo en la que conversar o admirar la exposición fotográfica de Nacho Juárez sobre la noche gay barcelonesa. Una de las instantáneas inmortaliza esa chupa de cuero negro en cuya espalda hay estampado el estribillo de la canción 'Girls and boys' de Blur: “Girls who are boys / Who like boys to be girls / Who do boys like they're girls / Who do girls like they're boys / Always should be someone you really love”. En la barra la música disco empieza a ganar terreno. Suena 'I specialize in love' de Sharon Brown. En la calle, Jero Férec conversa con Jay Jay Revlon. Algo tienen que estar tramando.