ENTREVISTA

Ana Merino: "No me interesa la inteligencia del crimen, sino de la bondad"

La escritora madrileña residente en Iowa ha ganado el Nadal con 'El mapa de los afectos', una novela sobre los sentimientos

La escritora Ana Meriino, este martes en el Hotel El Palace.

La escritora Ana Meriino, este martes en el Hotel El Palace. / periodico

Elena Hevia

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Ana Merino creció respirando literatura. Su padre, el también escritor José María Merino, ha sido un norte decisivo en su vida. Pero mientras él urdía sus ficciones breves apuntalándose en su tierra leonesa, la hija creció sin fronteras, haciendo del cosmopolitismo su seña de identidad tras 25 años viviendo en Estados Unidos. Poeta, dramaturga y, muy especialmente, teórica académica del cómic y su historia, Merino se ha hecho con el Nadal en su primera incursión narrativa, 'El mapa de los afectos', que dice mucho de quién es y qué es lo que siente.  

Habiendo llegado a ella bien entrados los 40 años, ¿se puede decir que esta novela es una consecuencia de una cierta madurez?

Ha habido una evolución natural. Si mi llegada a la poesía tiene que ver con la efervescencia juvenil, con contemplarme a mí misma, llega un momento en que me detengo y me pongo a observar a los demás. Eso me ha dado valor para construir una novela que va precisamente de eso. De ahí que sienta la literatura como un espacio para el sosiego, para aprender de los otros y entender el mundo.

La novela transcurre en un pueblo rural del Medio Oeste de EEUU. Le movía la voluntad de establecer una red narrativa con todos los personajes que viven allí.

Cuando era muy joven me impresionó mucho 'La antología de Spoon River', un poemario maravilloso de Edgard Lee Master en el que los personajes de un pueblo hablan desde sus tumbas y nos ofrecen un boceto de cómo han sido sus vidas.

¿Y cómo son las vidas que ha inventado?

Hay una maestra de escuela con serias dudas sobre el amor desde un punto de vista apasionado. También está uno de sus alumnos de preescolar cuya madre ha desaparecido. Un hombre mayor, veterano de guerra, dos jóvenes que trabajan en una compañía de seguros, el sobrino que lee muchos cómics. Todos se encuentran en el restaurante del pueblo y en cierta forma son como una gran familia, algo que suele ocurrir en las comunidades pequeñas.

Esa realidad de la América profunda la conoce bien.

Sí, mi primer destino fue Pittsburgh y luego, cuando no había terminado el doctorado, viví en un pequeño pueblito de los Apalaches en Carolina del Norte, montaña arriba, más tarde en Hannover, New Hampshire, hasta acabar en la Universidad de Iowa donde cree el Taller de Escritura Creativa en castellano.

¿Existe el pueblo de ‘El mapa de los afectos’?

Es inventado pero lo conozco bien. No le he puesto nombre. Quería mostrar esa fluidez en las carreteras de esa zona y la vulnerabilidad de sus poblaciones. Para empezar, climatológica: un tornado o un invierno a 40 grados bajo cero cambia la perspectiva de los habitantes y les provoca un gran pragmatismo vital.

¿Su conocimiento de la novela americana ha sido decisivo para abordar esta obra?

Creo que más bien ha sido el cómic alternativo estadounidense. Como el de los Hernández Brothers, Gilbert y Jaime, unos creadores maravillosos que sitúan sus historias en Latinoamérica y en California. Pero también está Corto Maltés que ensalza el concepto de balada como lo hacía Lee Master.

Ha asegurado que la bondad está en el disco duro de su novela. Pero se diría que en estos tiempos los buenos cotizan a la baja.

Hay autores a los que les parece muy interesante la inteligencia del crimen. A mí, todo lo contrario: la inteligencia de la bondad. La bondad genera trabajo en equipo, entenderse y disfrutar. Creo que la belleza es esencialmente bondad. Me gusta la capacidad de inventarse mundos nuevos que tienen los niños que juegan, se abstraen y piensan en un mundo mejor. Muchas veces olvidamos que una de las cosas más interesantes de la educación es la empatía.

Cuando habla de la bondad es inevitable pensar en su pareja, Manuel Vilas, y en sus novelas.

Manuel es la celebración de la vida. Es pura efervescencia. Cuando nos conocimos y empezamos a salir, nuestros amigos se extrañaban de lo diferentes que somos, pero compartimos esa alegría frente al instante, aunque nuestros mundos literarios sean distintos. Él hace metaficción y lo mío es ficción total.

Pero ambos son poetas.

Eso es lo que nos unió. Nos habíamos saludado en algún encuentro pero fue en el Festival de Chicago cuando surgió la chispa. Me divierte que me haya convertido en personaje, en una construcción literaria, en su libro 'América'.

Donde Vilas estaba más desubicado que un pulpo en un garaje.

(Rie) Sí, es profundamente español y yo mucho más híbrida. De hecho, sigo pasando buena parte del año en Iowa, yendo y viniendo.

Tal como está la política en este país, más vale tener una visión desde fuera.

Esta crispación tiene que pasar. Obligatoriamente ha de haber puntos de entendimiento y de colaboración entre unos y otros. Es verdad que somos una comunidad con grandes diferencias pero los políticos tienen que trabajar juntos todos los días. No solo hoy y mañana. Además lo que vemos es solo lo mediático, lo que no vemos es cómo se reúnen en el bar. Yo quiero creer que saldremos adelante.

Esa es la mejor prueba de que es una escritora de ficción.

(Ríe) Exacto. No soy politóloga, pero creo que la ficción es un método perfecto para alcanzar la empatía.