CRÓNICA DE TEATRO

'Mrs. Dalloway', una fiesta colmada de invitados

La actriz Blanca Portillo sobresale en la profusa adaptación de la novela de Virginia Woolf que Carme Portaceli lleva al TNC

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Manuel Pérez i Muñoz

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Antes de su abrupta salida en septiembre de la dirección del Teatro Español de Madrid (Andrea Levy, nueva concejala popular, purgó los equipamientos municipales), Carme Portaceli había presentado 'Mrs. Dalloway' como plato fuerte de la temporada. Se estrenó el pasado marzo coincidiendo con el 78º aniversario de la muerte de Virginia Woolf, autora de la novela que sirve de base para la profusa adaptación que firman Michael De Cock, Anna Maria Ricart y la propia Portaceli, que también dirige el montaje que ahora pasa por el TNC. El broche lo pone Blanca Portillo haciendo de Clarissa Dalloway, esa dama de la clase acomodada del Londres de entreguerras, de apariencia frívola pero con una hoguera en su interior: su abnegación es proporcional a sus renuncias. 

La preparación de una fiesta y la inminente presencia de algunos invitados reabre las conexiones con el pasado. Partiendo del monólogo interior del relato original, los pensamientos de la protagonista se han transfigurado en un ir y venir de personajes, algunos agrandados o incluso reinventados -algo similar pasaba en la previa 'Jane Eyre'-  para servir de pilares a la fragmentada dramaturgia. Otro salto sitúa la acción en el siglo XXI, y aunque los protagonistas se pueden comunicar por móvil, el tono de sus desdichas corre el riesgo de parecer anticuado, aunque no el zumbido pesimista de una época de transición. 

La escenografía de Anna Alcubierre aparece estirada para desactivar el naturalismo y obligar a los personajes a deambular también en el plano físico. Mesas, sillas y una gran cortina de flecos que barre el escenario en las transiciones. Batería, bajo y guitarra dan sonido a los interludios musicales que parecen querer conectar con la ligereza de esa sociedad retratada. Su dibujo como retrato coral de entrada amplifica el punto de vista, pero también desdibuja desde la tercera persona el protagonismo de Clarissa y la motivación de sus conformistas decisiones. 

Ascendente Portillo

Represión sexual y lesbianismo, conflicto intergeneracional, la figura ausente del marido... las vetas a explorar son profusas, y en ellas resulta difícil de encajar la reconversión del personaje del soldado Septimus en Angélica (Gabriela Flores), una escritora con tendencias suicidas que recuerda el tono de los diarios íntimos de Woolf. La trama entre la joven hija Elisabeth (Raquel Varela) y la reelaborada Doris (Zaira Montes) crece y explota muy rápido, mientras que el protagonismo de los amigos de juventud Peter y Sally (Nelson Dante e Inma Cuevas) va a rebufo de la intensidad de Clarissa. Blanca Portillo la hace crecer desde su inicial trivialidad hasta cuotas de empatía fulgurantes, en especial cuando se acerca a la platea para apelar al público como invitados de su fiesta, la celebración de la emoción bien administrada.