CRÍTICA DE CINE
'Próxima': feminismo despistado
Aspira a funcionar como reivindicación feminista pero acaba dando argumentos a quienes ponen en duda las capacidades profesionales de las madres
En el primer diálogo de 'Próxima', sobre fondo negro, oímos a la astronauta Sarah Loreau explicar a su pequeña hija cómo funcionan los vuelos al espacio, pero lo hace como si le estuviera contando un cuento; e, inmediatamente después, las primeras imágenes nos muestran a la astronauta en pleno entrenamiento. Y, de hecho, la película en su conjunto queda resumida en ese contraste entre la intimidad de su rol de madre y el duro proceso de adiestramiento para su inminente misión espacial con sus responsabilidades maternas, que la directora francesa Alice Winocour gradualmente va moldeando a la manera de una reivindicación feminista.
En ese sentido, desde el principio de la narración somos testigos de sucesivas escenas en las que Sarah es objeto de comentarios y alusiones sexistas, y lo cierto es que la mayoría de esos momentos resultan poco creíbles en una película ambientada en algún momento del futuro, después de que muchas mujeres hayan precedido a su protagonista camino al espacio.
Más problemático aún, eso sí, resulta el modo que 'Próxima' tiene de plantear el difícil equilibrio entre las obligaciones maternas y las aspiraciones profesionales. Winocour se muestra exageradamente interesada en hacernos saber que las mujeres pueden perfectamente ser astronautas y madres responsables a la vez. Por supuesto, el dato no resultará revelador para el público de una película como esta, pero en todo caso la directora se muestra interesada en que nos sorprendamos por esa conciliación y la veamos como una gesta. En todo caso, la película al mismo tiempo sugiere que su protagonista es incapaz de afrontar una separación prolongada de su hija, de manera que, en última instancia, acaba dando argumentos a quienes ponen en duda la capacidad de las madres para el compromiso profesional.
Si pese a ello la película funciona intermitentemente es gracias a la interpretación de Eva Green, y de su habilidad para transmitir la hondura de su personaje sin requerir más que leves expresiones: una amplia sonrisa que se adivina irónica, una simple caída de ojos, un fugaz aleteo nasal que revela una gama de emociones. Especialmente intensas son sus escenas junto a la joven Zélie Boulant, tan dramáticamente potentes que dejan en evidencia la inercia que el resto del relato aqueja.
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