Crónica de teatro

La espera valió la pena

La Sala Beckett ofrece una versión diáfana y lucida de 'Esperant Godot' con un trabajo deslumbrante de Pol López y Nao Albet, la pareja protagonista

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José Carlos Sorribes

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Treinta años ha tardado en llegar 'Esperant Godot' a la Beckett, donde nunca se había estrenado, y la espera ha merecido la pena. Porque el equipo que ha levantado una de las piezas más renombradas del Nobel irlandés Samuel Beckett ha hecho posible que una obra publicada en 1953 –con las llamas de la segunda guerra mundial aún candentes y con tantas aristas–  fluya sin que el espectador se vea abrumado.

¿Qué pide en primer lugar esta tragicomedia cumbre del teatro del absurdo y de trasfondo nihilista y existencialista? Unos actores que se dejen atrapar por el juego que plantea Beckett. Y el director Ferran Utzet los tiene. Pol López y Nao Albet son Vladimir y Estragó, quienes esperan a ese enigmático ser superior, lo que les lleva por igual a la desesperación y a la esperanza. Su trabajo es deslumbrante. Por compenetración y por cómo transmiten los pliegues del personaje. A Vladimir le toca contrarrestar los titubeos de Estragó, un Nao Albet que despliega posiblemente en la Beckett uno de los mejores trabajos de su carrera. Y ya es decir.

Ambos se mueven siempre con ese aire de clown que la pieza pide hoy para que no caiga como una losa sobre el espectador. Les acompañanan Aitor Galisteo-Rocher (Pozzo) y Blai Juanet (Lucky). Son la otra pareja: un amo y un criado, más bien un siervo, víctima de un señor despótico. Se cruzan de forma momentánea en la vida de Vladimir y Estragó y bien que dejan huella. Porque el rotundo Galisteo, integrante de la compañía La Calòrica, y el escurridizo Juanet le roban plano a cualquiera.

Dirección 'marca de la casa'

Utzet, mientras, deja otra dirección marca de la casa: fluidez en el ritmo y cuidado extremo para que nada descarrile, y más con una obra como esta que exige un piloto avezado al frente del equipo. No menos brillante es la traducción de Josep Pedrals, otro puntal del proyecto, que ha otorgado una beneficiosa ligereza al texto de Beckett. Y que se ha permitido guiños divertidos como el Empordanet y el 'Empordabrut'.

La escenografia museística de Max Glaenzel convierte el escenario en un enorme cuadro 'vivo' con un árbol seco y la iluminación como elementos para dibujar ese tiempo que avanza tan lentamente. La obra de Beckett ha vuelto, sin el 'Tot' del título, cuando se cumplen otras dos décadas del recordado título de Lluís Pasqual, con Anna Lizaran en el papel de Vladimir, pero con brillo comparable.