CRÍTICA DE CINE

'La hija de un ladrón': un filme directo y ecuánime

Complicidad familiar entre Greta y Eduard Fernánez, complicidad con la cámara y, sobre todo, cero demagogia y nada de miserabilismo en la ópera prima de Belén Funes

Estrenos de la semana. Tráiler de 'La hija del ladrón'

Estrenos de la semana. Tráiler de 'La hija del ladrón'. / periodico

Quim Casas

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Similar en su forma a algunos filmes de los hermanos Dardenne, y construida a partir de la relación directa que la cámara en constante movimiento establece con la actriz protagonista, una magnífica Greta Fernández, 'La hija de un ladrón' avanza firme, tensa y dolorosa recorriendo el duro día a día de una joven que debe cuidar de su bebé, encontrar trabajo, visitar a su hermano pequeño internado (otra maravilla de interpretación, la de Tomás Martín) y, sobre todo, enfrentarse con el padre al que quiere pero con quien no puede entenderse (encarnado por un no menos excelente Eduard Fernández), quien acaba de salir de la cárcel y vuelve de manera abrupta a la vida de sus hijos.

La película se sustenta así en la complicidad familiar entre sus dos principales protagonistas (como la complicidad entre John Cassavetes y su esposa Gena Rowlands era una de las bases del cine tan personal del primero); complicidad de la protagonista con la cámara y, sobre todo, cero demagogia y nada de miserabilismo al retratar de forma tan limpia la existencia de un personaje tan baqueteado que mira de frente a las cosas, las personas y el presente que le toca vivir.

La ópera prima de Belén Funes es una muestra sobresaliente de cine social desnudo de todo artificio, el que muestra sin dogmatizar, el que refleja la realidad sabiéndose instalada en los dominios de la ficción. Secuencias como la de la comunión del hermano y la del juicio son de una naturaleza en apariencia tan simple, contando lo que cuentan y la dureza de las situaciones capturadas, que sobrepasan los límites de la emoción y del siempre difícil proceso mediante el cual, de un modo u otro, los personajes, todos ellos, terminan siendo comprendidos y respetados por el espectador, incluso cuando su comportamiento puede ser cuestionado. Y todo ello se logra con unos rostros y una cámara en modélica sintonía.