SIRENAS, LEVIATANES Y TODO LO DEMÁS

¿Un conejo a bordo? ¡Ni hablar!

Una muestra en el Museu Marítim llena de monstruos marinos y supersticiones estrambóticas explora el miedo y la fascinación que siempre ha sentido el hombre por el mar

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Mauricio Bernal

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Las sirenas existen porque el hombre teme al mar. Existe el kraken, existe la ballena de Jonás, existe el leviatán porque el hombre teme al mar. Existe San Elmo, patrón de los marineros, conjura contra los rayos y las tempestades, porque el hombre teme al mar. Existen los exvotos porque el hombre teme al mar. Y las supersticiones, naturalmente: porque el hombre teme al mar. Qué temor produce, ha producido siempre el insondable abismo, y sin embargo qué atractivo, y qué sugestivo; y cuántos no han izado velas en pos de ese misterio. En esa relación ambivalente y sus manifestaciones concretas ahonda 'Cantos de sirena, fascinación y abismo', la exposición recién inaugurada en el Museu Marítim por la que desfila una sugerente muestra de todo lo que simboliza el pavor que produce el gran conglomerado azul, pero también, de todo lo que ha sido inventado para conjurarlo. Para izar velas y volver con vida.

"El canto de sirena es la gran metáfora de la atracción y el miedo", dijo este miércoles durante la presentación a la prensa el doctor en Antropología y comisario de la muestra Eliseu Carbonell. Sobra -o tal vez no- recordar que no es una sirena tal y como fue imaginada en un principio la versión azucarada que se ha abierto paso hasta nuestros días, esa criatura sensual por la que nadie puede sentir más que simpatía, y que en el mundo antiguo eran simplemente monstruos -monstruos, eso sí, con voz musical-. Al final, no son ninguna excepción en un mundo mitológico poblado por seres terroríficos: el leviatán, el kraken, la descomunal serpiente de mar. Que allá abajo puede haber cualquier cosa fue probablemente la segunda idea después de: "El mar existe y es grande y profundo", y mitos aparte, siempre ha espoleado la imaginación. La muestra del Marítim incluye un volante impreso en 1736 en Barcelona que informaba sobre un monstruo marino pescado a pocas millas de Fermo, en Italia. La criatura en cuestión tenía cuerpo de león y cabeza de pez. Barba y escamas. Bigote y cuernos.

Pero la sirena es otra cosa. La sirena, al fin y al cabo, es como el mar: queremos escuchar su canto, pero sin sucumbir. Hacernos a la mar, pero sin naufragar.

Labor de mujeres

Puesto que el mar es así, misterioso, insondable, peligroso y lleno de secretos, el hombre en general y el marinero en particular han inventado todo lo necesario para hacerle frente -o al menos, para crearse la ilusión de hacerle frente-. El ya citado San Elmo. El ancla sagrada, que era protectora, símbolo de la última esperanza, y que siempre tenía alguna inscripción (o dibujo). Los amuletos: joyas en forma de sirena, de criatura de mar o de fastuoso pez. Los exvotos, también ya mencionados: esas ofrendas en forma de pequeños cuadros que los marineros prometían al santo de turno a cambio de salvar la vida en un momento difícil, no, no difícil: en el momento en que veían a la dama oscura asomar por estribor. En el Mediterráneo, la contradicción que había entre ser un valiente marinero y temer al mar se salvaba echando mano de las mujeres. Según cuenta Esther Pujol en 'Records d’una dona de mar' -y cuenta también la exposición-, el "paquete envuelto en papel con un trozo de palma, laurel y una botellita de agua bendecida el miércoles de ceniza" que debía proteger el barco lo ponía bajo la proa sin que los hombres se enteraran. Porque los hombres, por supuesto, habrían renegado entre risotadas de esa ridícula protección.

"El canto de sirena es la gran metáfora de la atracción y el miedo", dice el comisario de la muestra, Eliseu Carbonell

Esos mismos hombres que, luego, no podían ver un conejo a bordo. Entre las muchas supersticiones adoptadas por el mundo marinero para conjurar el peligro está esa, de los franceses, que proscribía la presencia de conejos en los barcos. Ni para comer. Como se trataba de mantener a raya el desorden cósmico -una tempestad, por ejemplo- a bordo debía imperar el orden, y el conejo, ese animal que se reproduce desordenadamente, ese fornicador caótico, era el símbolo de lo contrario. Así que, ¿un conejo a bordo? ¡Pardiez!