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La sala Atrium estrena 'Ramon', sobre la crisis de los 40, la pérdida y la memoria

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Eduardo de Vicente

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Cumplir 40 años es algo que provoca a más de uno reflexionar sobre lo que ha conseguido y eso causa, en muchos casos, la consiguiente crisis. Llegada esta edad redonda parece que tienes que tener toda tu vida encauzada: una pareja estable, un trabajo fijo y una vivienda. Pero ¿qué ocurre cuando todo tu mundo se desmorona y descubres que aún no has logrado nada de eso? Este es el tema que plantea en un principio, Ramon, la obra creada por Mar Monegal para el actor Francesc Ferrer, que acaba derivando también en asuntos como la pérdida y la memoria.

La sala Atrium acoge este montaje que se presenta en una habitación blanca repleta de objetos: una cama, carteles y fotos, una guitarra, una bicicleta estática, una sisí con ropa, una maleta, una caja con cassettes, una pelota de baloncesto y una guitarra. El protagonista está vestido de manera muy informal mientras se proyecta en la pared la escena de La dolce vita ambientada en la Fontana di Trevi y suena la canción Arrivederci Roma.

Sin novia y sin piso

Poco a poco vamos descubriendo lo que le ha ocurrido. Acaba de romper con su novia, Patri, porque ella quiere ser madre y él no cree estar preparado para asumir esa responsabilidad. Esta situación le ha llevado a verse obligado a regresar temporalmente a casa de sus padres hasta que encuentre un piso en condiciones donde vivir. Mientras nos explica sus problemas va ilustrándolos con canciones propias algo gamberras (creadas para el grupo Els Calimeros) o versiones adaptadas de otros autores como el Sufre mamón de Hombres G con una divertida letra.

Nos cuenta las anécdotas alrededor de su nombre, rememora los juguetes de su infancia que encuentra en su cuarto y está en un momento clave de su vida profesional ya que está a punto de estrenar una obra en una sala grande. Pero los ensayos no van demasiado bien, el director es demasiado riguroso y está claro que no se entienden. Paralelamente se acuerda mucho de Patri, la echa de menos aunque no se arrepiente de su decisión y todas sus frustraciones las vuelca en las canciones.

Las proyecciones aportan información

Interactúa con el público, al que involucra en sus recuerdos y le hace ayudarle a recitar la tabla del 4 por un detalle muy curioso. Nació un 29 de febrero, por lo que solo celebra su aniversario cada 4 años y se acerca el décimo, es decir, sus 40 años. Viaja a su época escolar y su descubrimiento del teatro como el subidón que le proporciona mayor autoestima. Pero un giro de los acontecimientos provoca que su vida laboral también se tambalee. Los mensajes del móvil de sus amigos contribuyen a su depresión. Ya se sabe que el espectador disfruta viendo cómo un personaje se va hundiendo en la miseria y todo este tramo resulta divertido, cercano y muy reconocible (¿quién no ha vivido situaciones así?)

Las proyecciones que se realizan sobre la pared tienen también una función muy importante. Ahora vemos una montaña rusa, metáfora de los altibajos que va sufriendo, pero también irán apareciendo palabras o frases referentes a los temas que va tratando. El actor se desdobla en diversos personajes que le dan la réplica como en la divertida escena del carrito de helados o el estreno teatral donde ironiza sobre la duración de las obras o el compañerismo en el gremio.

Un giro inesperado lo cambia todo

De repente todo da un giro y sus problemas pasan a ser secundarios cuando descubre los de su madre y sus recuerdos se centran ahora en sus experiencias familiares y, sobre todo, su viaje a Roma con sus hermanos y sus padres. Todo cambia, alguen debe ir a recoger a sus sobrinos al colegio, alguien debe hacerse cargo de las tareas del hogar y su padre y él no parecen muy preparados y alguien debe cuidarla todo el día sin descanso. El presente se mezcla con el pasado.

Ramon se emociona, se vislumbran pequeñas lágrimas en su rostro mientras va recogiendo los bártulos de la habitación que va quedando progresivamente vacía, en blanco, como la mente de su madre. Y esa emoción llega también a las butacas de los espectadores conmovidos por su narración por mucho que combine el drama que está viviendo con pequeñas bromas.

Un montaje que te toca el corazón

Es un montaje para el lucimiento del protagonista, al que al final acabamos considerando casi como un amigo que nos ha explicado sus secretos, que pasa de la risa al llanto, con una escenografía sencilla pero muy trabajada y que nos obliga a reflexionar sobre la pérdida (representada por la exnovia que ha dejado escapar, el trabajo que no pudo hacer o el paso del tiempo) y la memoria (sus recuerdos que van apareciendo con su vuelta a casa mientras los de su madre van desapareciendo). Una obra que te toca el corazón y que hace pensar. En este sentido resulta especialmente interesante visitar el Atrium el próximo 22 de noviembre ya que hay un coloquio tras la función. Mucho más que un monólogo, una pieza que penetra en el interior de nuestros sentimientos intentando, como el protagonista, trasladarnos a los momentos más felices.