Crónica teatral

'La dona del 600' circula por una autopista en el Goya

Pere Riera sabe tocar la fibra en una pieza entre la comedia y el drama sobre secretos y relaciones familiares

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José Carlos Sorribes

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Pere Riera sabe tocar la fibra. Dicho sea en el mejor sentido de la palabra porque el dramaturgo y director de Canet de Mar acostumbra a levantar artefactos escénicos con mimo y sabiduría artesanales. Lo ha vuelto a hacer en el Goya con 'La dona del 600', una obra que oscila entre la comedia y el drama sobre relaciones familiares, en general, y en concreto sobre cómo superar el vacío que provoca la pérdida de un ser querido. Hace, además, un homenaje entrañable a ese vehículo menudo, regordete, que fue un paso hacia la modernidad en la España franquista de los tiempos del desarrollo. Aquellos en los que se pasó del negro al gris. El 600 fue un icono social más allá del régimen.

Tomàs (Jordi Banacolocha) es viudo, y a sus 70 años largos debe privarse de forma preventiva del café, la sal, las grasas… Lleva así una vida tranquila de jubilado. Un día recibe una visita sorpresa: su hija Montse (Àngels Gonyalons), médica cooperante en África. Pero la sorpresa se la llevará ella. A su padre, que trabajó en la Seat y en la Pegaso, se le ha ocurrido construir un 600 en el comedor de casa a partir de una maqueta. Ahí queda eso. Fue, años atrás, el coche familiar y al que su mujer Carme (Mercè Sampietro) bautizó como ‘el confit’.

Recuerdos y cuestiones pendientes

No solo Montse no sabía que había un coche montado en el salón, tampoco su hermana Pilar (Rosa Vila). Aunque viva en la misma localidad, lleva unos meses distanciada de su padre y pasa por un mal momento tras separarse de forma abrupta de su marido (Pep Planas). El reencuentro descorchará recuerdos y cuestiones pendientes del pasado. Riera soluciona esos saltos en el tiempo de forma efectiva y con el uso de proyecciones. Será entonces cuando Carme aparecerá en escena como un personaje capital para que conozcamos con detalle esos secretos que tanto cuesta que salgan a la luz. La estabilidad familiar está por encima de todo.

Es un lujo tener a una actriz como Mercè Sampietro en un reparto de cinco magníficos

No es solo la idea de bucear entre esos secretos -un recurso bastante habitual en las obras con familias por en medio- y heridas abiertas lo que hace de 'La dona del 600' un montaje muy recomendable. El motor de la obra es el camino, cómo Riera construye la dimensión de sus personajes, cómo levanta la trama a fuego lento con su aptitud para escribir diálogos sin que nada falte o sobre. Y con su capacidad para jugar con las emociones, incluso con la fuerza de la nostalgia, sin resultar nunca ñoño o sensiblero.

El director tiene, además, una alineación magnífica en el reparto. Es un lujo tener a una actriz de la dimensión de Mercè Sampietro, que no se prodiga en los escenarios, o a Jordi Banacolocha en un papel que parece escrito para él. Gonyalons y Vila también perfilan con todos sus matices a dos hermanas tan opuestas, mientras Planas es un actor de total fiabilidad. 'La dona del 600' marcha, en definitiva, como lo hacía el mítico utilitario que da nombre al título.

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