ENTREVISTA EN 3 MINUTOS

Lluís Miñarro: "La exhibición y la distribución tienen secuestrado al público"

El director y productor estrena 'Love me not', donde reactualiza el mito de Salomé y lo vincula a la guerra de Irak

El cineasta y productor Lluís Miñarro, que estrena 'Love me not', el miércoles pasado en Barcelona

El cineasta y productor Lluís Miñarro, que estrena 'Love me not', el miércoles pasado en Barcelona / periodico

Beatriz Martínez

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Ya sea en su faceta como productor de directores 'outsiders' como en la de director de obras inclasificables, Lluís Miñarro (Barcelona, 1949) se mantiene fiel a su compromiso a la hora de utilizar el cine como vehículo para dilapidar el pensamiento único. Su última obra, ‘Love me not’ demuestra su espíritu iconoclasta, subversivo y al mismo tiempo crítico con el mundo en el que vivimos y las obras cinematográficas que consumimos. 

¿Por qué decide reactualizar el mito de Salomé y vincularlo a los conflictos bélicos de Oriente Próximo?

Surge como una mezcla de cosas vividas y sentidas. Por una parte, asistí en Londres a la representación de la ópera de Richard Strauss ‘Salomé’ y por otro lado se me quedaron grabadas en la mente las atrocidades que pudimos ver por internet de las torturas cometidas en la cárcel de Abu Ghraib por parte de los soldados estadounidenses en Irak. A partir de ahí se me ocurrió cómo podría encajar la historia bíblica de Salomé, a partir de la reinterpretación de Oscar Wilde, en la actualidad, en ese territorio donde se originó su mito que ahora está hecho un asco, asolado por las guerras.

¿Cómo definiría ‘Love me not’?

Es una propuesta profundamente visual con un contenido antibelicista y antiimperialista. Por eso hay dos soldados que se llaman Hiroshima y Nagasaki, hay una loba capitolina, romana, que es como el primer imperio de Occidente importante del que conservamos leyes y estructuras. Está llena de símbolos, vaya. Puede tener una lectura mitológica, pero a la vez está inscrita en la modernidad a través de aspectos de nuestra actualidad que la convierten en una parábola política. Es tremendo que estemos en una sociedad supuestamente avanzada y tecnológica y se tengan que solucionar las cosas matando, de una forma tan primitiva.

En la película apuesta por lo visual por encima de lo narrativo.

Quería dotar de importancia a las imágenes y a las secuencias en sí mismas. Si la tuviera que describir, le diría que es una película psicodélica y sicalíptica. Psicodélica, aunque no tomo drogas, porque forma parte de esa manera de entender el alma en la contracultura de los años setenta, que es la generación de la que provengo. Y sicalíptica, porque intento reivindicar el erotismo como un elemento vital en nuestra manera de entender la vida.

¿Por qué cree que se ha perdido la transgresión que había en el cine de los setenta? ¿Está el público actual menos acostumbrado a ver propuestas más rupturistas?

Creo que la exhibición y la distribución de películas en la actualidad tienen secuestrado al público. Se ofrece un discurso muy tradicional, muy seguro, que no se escapa un milímetro de la zona de confort. Y son pocas las películas que se atreven a desafiar la ortodoxia. Pero por lo general, el lenguaje cinematográfico se ha adocenado, porque se han privilegiado los factores industriales y económicos, dejando a un lado los artísticos. Sin embargo, el arte plástico, escénico y visual es mucho más rupturista que el cine. En una exposición nadie va a rechazar un desnudo masculino, sin embargo, visto en una película, provoca cierto reparo.

En la película hay un juego constante con otras disciplinas: teatro, artes plásticas, 'performances'…

La película podría considerarse como una instalación, como un artefacto entendido como un objeto artístico, aunque tenga un cuerpo cinematográfico propio. Es interesante jugar con todos esos discursos, por eso la propuesta puede parecer en algunos momentos más naturalista, otras, se acerca al western, al melodrama, puede incorporar lo grotesco. A mí lo que me interesa es que la película pertenezca a un espectador que quiera jugar con ella, entrar en ese puzle y experimentar una visión lúdica de las cosas.

¿Qué significa para usted la figura del profeta que interpreta Oliver Laxe? Para algunos puede tratarse de fundamentalismo religioso y para otros una posibilidad de liberación

He querido que cada uno saque sus propias conclusiones. Como dices, para unos puede simbolizar el fundamentalismo religioso, pero también está poniendo de manifiesto algunas verdades de nuestro tiempo, como que el mundo está en un periodo de destrucción en el que además todo se confunde, en el que es difícil distinguir qué es verdad y qué mentira, sobre todo a partir de las 'fake news'. Tampoco sabemos dónde está el bien y dónde el mal. Vamos, que estamos en una situación bastante apocalíptica y hay muchos signos que nos anuncian que no vamos por buen camino.

También introduce un discurso sobre la ambigüedad de género muy contemporáneo.

Eso no está en la pieza clásica, pero conecta con una preocupación muy actual que tiene que ver con algo tan básico como que el cuerpo importa, así como la normalización de distintas maneras de entender la diversidad, entre ellas también la sexual. La película apunta a esto, a la ruptura de tabús, a la singularidad y la defensa de la diversidad, que no solo la entiendo desde el punto de vista ecológico, sino también a través de otras disciplinas de la vida. Hay que defender la diversidad en contra el pensamiento único.