CRÓNICA

King Gizzard & The Lizard Wizard, aquelarre psicodélico en Razzmatazz

El grupo australiano ofreció un concentrado de rock cósmico y metal con guiños al folk y al boogie en una sala con las entradas agotadas desde hacía mes y medio

Concierto de King Gizzard & The Lizard Wizard en Razzmatazz

Concierto de King Gizzard & The Lizard Wizard en Razzmatazz / periodico

Jordi Bianciotto

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Es posible que el rock ya no pueda seguir evolucionando sin dejar de ser rock y no otra cosa, pero lejos de achantarse ante la visión de un muro así de alto, King Gizzard & The Lizard Wizard, tipos inquietos, proceden a despejar el camino echando la vista atrás y dedicándose a procesar y trinchar el legado de varias décadas y a tratar de convertirlo en algo excitante. Valiente aquelarre, el de este sábado en Razzmatazz, a base de hard rock fronterizo con el metal extremo y psicodelia con vistas al folk y al boogie.

Sacudida integral: “Creo en la hipérbole / veo el cuarto color”, advirtió el motivadísimo líder del grupo, Stu Mackenzie, en ‘The fourth colour’, advirtiendo de sus facultades para el tetracromatismo y para ver cosas que a los demás nos resultan invisibles. Sala hasta arriba, entradas agotadas desde hacía semanas, en una noche en la que nada ni nadie pudo con la banda australiana, ni siquiera la ola de cancelaciones por causas mayores que se llevó estos días varios conciertos por delante. Público que, dos años y medio después de su paso por Primavera Sound, quiso calibrar, esta vez en una sala, los poderes de esta extraña formación capaz de publicar 15 álbumes en siete años.

Simpatía por el 'thrash'

Del más reciente, ‘Infest the rats’ nets’, lanzado en agosto, salió la traca de bienvenida, escorando el sonido hacia un metal filo-thrash: ‘Venusian 2’, ‘Mars for the rich’ y ‘Planet B’. Macenzie, quemando las cuerdas vocales como un Lemmy en trance, las cortinas de guitarras metaleras con punteos sincronizados y la doble batería anclando al monstruo. Un territorio de fricción con la psicodelia más homologada en torno a modelos como The Flaming Lips o Tame Impala. De ahí a un cambio de tercio con ‘Crumbling castle’, monumento de largo itinerario, con vistas a Hawkwind y a los Pink Floyd más cósmicos, adornado en la pantalla con tonos rojos y verdes.

King Gizzard cambia de arriba a abajo su repertorio de una noche a otra, y pudiendo escorarse hacia cada una de sus esquinas estilísticas, en Razzmatazz ofreció un retrato amplio y representativo, enlazando las piezas sin apenas pausas. Incluyeron sus incursiones en un rhythm’n’blues aventurero (‘Plastic boogie’ y ‘This thing’, con toques de armónica del teclista, Ambrose Kenny-Smith) y ahondaron en un exotismo realzado por la flauta (‘Hot water’), giro que recordó que entre sus fuentes de inspiración está la ultramontana canción psicodélica del turco Erkin Koray.

Soltando amarras, la banda conectó con un folk ritual, de ritmo aparatoso y tendencia al himno, con ‘Billabong valley’, y se entregó a la catarsis en un ‘Head on / Pills’ estirado hasta el delirio, sugiriendo que el propósito último de King Gizzard es perder el mundo de vista en torno a una gran pira hecha de los vestigios de lo que todos estos años hemos llamado rock.