Crónica teatral
Poética oda a la Rambla en el TNC
Rosa Boladeras vuela en la Sala Gran con una memorable actuación en 'La Rambla de les floristes', de Sagarra
José Carlos Sorribes
Periodista
José Carlos Sorribes
"Elaborar la programación de la temporada artística garantizando como ejes el patrimonio catalán y universal...". Así empieza la lista de objetivos estratégicos del TNC. Y en esa declaración de intenciones cabe incluir la programación de 'La Rambla de les floristes', de Josep Maria de Sagarra, para abrir temporada en la Sala Gran. Ahí es nada: un 'sagarra' estrenado en 1935, y ambientado a mediados del XIX, escrito en verso. Jordi Prat i Coll lo ha montado, además, con respeto al original. Y también como un inequívoco homenaje a la principal arteria de la capital catalana. Su tributo está íntimamente ligado al terrible recuerdo del vehículo asesino de hace dos años.
Prat i Coll ha cambiado esta vez de carril. El aire irreverente y gozosamente gamberro que tenía 'Els Jocs Florals de Canprosa', su gran 'hit' del pasado año en la Sala Gran, queda aparcado. Que se revise una obra de 1935 sin actualizarla, sin ponerle un revestimiento moderno (salvo esas bambas que contrastan con un colorista vestuario de época, algún que otro simbolismo o actores que interpretan roles femeninos y viceversa) no tiene por qué suponer que se caiga en un ejercicio arqueológico. Quizá no queda hoy otra alternativa. Porque 'La Rambla de les floristes' es una obra de recorrido tan habitual en el teatro aficionado como inexistente en el circuito profesional. En el recuerdo, ya lejano, está una producción de TV-3 con Rosa Maria Sardà en 1986. O sea, no estamos ni ante un shakespeare ni un 'chéjov' de aquellos tan habituales.
Prat i Coll cambia de carril y el aire gamberro de 'Els Jocs Florals' de Canprosa' queda aparcado en favor de una revisión ortodoxa de la pieza de Sagarra
Prat i Coll dice ser un enamorado de este 'sagarra', –«una obra perfecta en su género», sentencia– y así se entrega a la musicalidad del verso y a sus personajes de época, sobre todo a la protagonista, la florista Antònia. Lo hace con mirada poética, sensible y una ligereza, nunca acartonamiento, que provoca que el espectador se sienta bien acompañado. La obra, con sus floristas, sus burgueses y algún político, es un cuadro muy barcelonés de un tiempo pasado, pero con ecos que aún resuenan. Porque esta es una pieza que tiene, cómo no, a las mujeres en su epicentro. Y sobre todo a Antònia, el personaje sobre quien gira todo. Una vendedora que se resiste a quienes la cortejan al sentirse atrapada en ese espacio de libertad que ella habita.
Si Antònia es grande, Rosa Boladeras es gigantesca. La menuda actriz de Terrassa vuela sobre la Sala Gran en una actuación memorable en la que es enérgica, pasional, intimista, divertida… Y, por si fuera poco, despacha el verso con claridad cristalina. Es la líder de un elenco que nunca pierde su paso. En el que igual brillan veteranos como Albert Pérez, Xavier Ripoll y Jacob Torres que jóvenes como Clara Altarriba y David Anguera. Esa labor conjunta puso en en pie la Sala Gran la noche de estreno.
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