HOTEL CADOGAN
Los Tolstói, espionaje doméstico
El matrimonio apenas se hablaba, e ideó un sistema perverso para comunicarse: la lectura a hurtadillas de sus respectivos diarios
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
De un país vastísimo, los paisajistas rusos se decantaron sobre todo por plasmar el lirismo de la región central, con sus distancias diluidas en el punto de fuga, su sensación de calma y la melancolía de los bosques de arces y abedules que se extienden en suaves ondas. Allí el verano es una carcajada fugaz, el otoño un derroche de ocres y el invierno un silencio blando hasta que irrumpe el estallido violento de la primavera, con su tiranía de barro. Pues bien, en ese óleo nació, vivió y escribió sus mejores obras el conde León Tolstói, en la hacienda familiar de Yásnaya Poliana, a unos 200 kilómetros de Moscú, hoy convertida en casa-museo.
De nuevo se vislumbra desde la ventana del Hotel Cadogan un paisaje único estrechamente vinculado a un amor desdichado, el que se profesaron el autor de ‘Ana Karénina’ y su esposa, Sofia Tolstaia, quien logró hacer de la mansión campestre un hogar tranquilo y confortable para la escritura (la de él). Aunque fue una mujer talentosa, bien dotada para el ejercicio de las artes -su incursión en la naciente fotografía y sus ‘Diarios, 1862-1919’ (Alba) así lo sugieren-, se volcó en la casa y la obra del marido, hasta el punto de que llegó a mecanografiarle al menos siete veces el tocho completo de ‘Guerra y paz’.
Después de 13 hijos en común, de los cuales solo 8 sobrevivieron, y casi medio siglo de matrimonio, la convivencia entre ambos se tornó una copa de cianuro espumoso. Ella debía de ser un tábano insistente en el reproche; él, una pared de hielo, hábil para el sarcasmo. Apenas se hablaban, pero idearon un sistema perverso para comunicarse: la lectura de los respectivos diarios. "El amor no existe -escribió Tolstoi en el suyo-, solo la necesidad física del coito y la necesidad práctica de una compañera de vida".Un dardo envenenado que halló réplica en el de la esposa: "Ojalá hubiera leído esto hace 29 años; jamás me habría casado con él".
Convertido en un iluminado, medio profeta y vegetariano, Tolstói hizo los bártulos en la noche del 27 de octubre de 1910, con 82 años recién cumplidos, y se largó de la casa, haciéndose acompañar por su médico de cabecera, mientras su mujer dormía. Murió diez días después en la estación de Astápovo. Un final de novela para un genio del realismo.
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