CRÍTICA DE LIBROS

'Seis formas de morir en Texas': galería de atrocidades

Marina Perezagua urde con meticulosidad y documentación una novela agresiva

La escritora Marina Perezagua, en Barcelona.

La escritora Marina Perezagua, en Barcelona. / periodico

Domingo Ródenas de Moya

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Sorprende la agresiva crudeza de esta novela. No de la historia que cuenta, urdida con una meticulosidad admirable, sino la sobrecogedora información veraz (con apoyo expreso de fuentes documentales) sobre la práctica en China de la extracción de órganos de prisioneros vivos y conscientes (la mayoría de la secta Falung Gong) a demanda de quienes los necesitan y pueden pagarlos. Ningún lector va a salir indemne, ninguno puede quedar indiferente. La magnitud de las atrocidades que Marina Perezagua refiere con frialdad notarial abruma, pero no es producto gore de su imaginación de novelista, como puede comprobar cualquiera en el informe de los canadienses David Matas y David Kilgour (BloodyHarvest, 2009), que la escritora ha utilizado. Hay, pues, una parte de este libro que opera como un reportaje acusador, como una denuncia del horror administrado por el Estado (el chino pero también el norteamericano a través de los asesinatos legales). Y, pese a la fuerza de esa parte, el conjunto funciona como una excelente, implacable novela de espanto e intriga que será difícil olvidar.

La médula novelesca la proporciona el personaje de Robyn, una mujer de 32 años que aguarda su ejecución en una penitenciaría de Texas, desde que ingresó a los 16, ciega desde los siete, acusada de haber matado a su madre. Sin haber tenido tiempo de conocer el mundo, hija de una inseminación artificial, Robyn solo se relaciona, por carta, con su padre —al que ha localizado— y con un joven chino, Zhao, que le escribe a la cárcel. Otra línea argumental viene a entrelazarse con la de Robyn para crear una urdimbre que solo poco a poco va adquiriendo sentido y forma: la de Xinzáng, llegado a Estados Unidos bajo el mandato familiar de dar descanso al espíritu de su abuelo, donante involuntario de corazón, por el único sistema posible: quitar la vida al último descendiente de quien recibió el trasplante. Decir más es traicionar el mecanismo interno de una novela cercana a la docuficción a la que tal vez le sobren algunos guiños metaficcionales. Si no fuera porque la prosa y arquitectura de la obra son robustamente literarias, diría que ya están tardando los productores en adquirir los derechos audiovisuales.