EL LIBRO DE LA SEMANA

'Máquinas como yo': imperfectamente humanos

Ian McEwan factura una novela que podría ocupar una temporada entera de 'Black Mirror'

El escritor británico Ian McEwan, en Barcelona, en 2017.

El escritor británico Ian McEwan, en Barcelona, en 2017. / periodico

Sergi Sánchez

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He aquí una novela que podría ocupar una temporada entera de 'Black Mirror'  avergonzando a Charlie Brooker, su creador. Cierto es que el lector deberá pasar por alto que a veces Ian McEwan nos dé gato por liebre, como por ejemplo al no justificar de un modo convincente por qué Charlie, el bróker doméstico que hace las veces de narrador, quiera gastarse el dinero de su herencia materna en un robot perfectamente humano. Sabemos de su querencia por la inteligencia artificial, pero ¿para qué quiere a Adán? ¿Como un criado? ¿Como una mascota? ¿Como un potencial rival amoroso? Sus motivaciones son un misterio, por mucho que sirvan como motor, narrativo y conceptual, para que McEwan ponga en circulación una pertinente batería de materias para reflexionar sobre la sociedad contemporánea, no solo en relación al viejo tema del despertar emocional de la robótica, tan caro a la literatura de ciencia-ficción, sino a sus preocupaciones de siempre: la culpa, la responsabilidad moral, los secretos que envenenan las relaciones de pareja, el peso de la Historia sobre nuestra conciencia.

Así las cosas, lo que, en un principio, puede parecer una decisión arbitraria -el hecho de situar la acción en un 1982 ucrónico: Gran Bretaña ha perdido la guerra de las Falklands contra Argentina; el padre de la cibernética, Alan Turing, no se ha suicidado; la inteligencia artificial ha dado sus frutos mucho antes de llegar al siglo XXI-, se nos revela como una singular operación de desplazamiento histórico. Es, claro, una forma de profetizar el desastre post-Brexit en un país a la deriva mientras la tecnología pone en crisis la relación con el otro. El telón de fondo de “Máquinas como yo” es una sociedad caótica, mientras en primer plano se desarrolla un triángulo amoroso francamente extraño, en el que la debilidad de un androide no reside solo en rendirse al objeto amado sino también en su actitud ambivalente ante lo que ello supone, esto es: traicionar a su amo e independizar su conciencia programada para juzgar la paradoja de lo humano.

Salvo sus desvíos teóricos, que verbalizan, quizás demasiado explícitamente, los objetivos conceptuales de la novela -en especial la disquisición de Alan Turing, que habla en el mismo registro que los robots que ha creado, sobre la inteligencia artificial-, 'Máquinas como yo' es tan oscura como 'Amor perdurable' y tan perspicaz como 'Chesil Beach'. Su lectura está atravesada por sorprendentes giros narrativos, con esa afición de McEwan por convertir una escena casual, inofensiva, en un momento peligroso -el maltrato de un niño en un parque- que luego reverberará de forma insólita en el resto del relato, y con Miranda, ese personaje femenino que esconde, detrás de sus silencios y fugas clandestinas, una mentira definitiva. En manos de cualquier otro escritor, lo retorcido de sus derivas, especialmente cuando el robot está a punto de cometer un acto de amor que remata una venganza, estaría a un paso del ridículo, pero en McEwan el resultado siempre es perturbador.