LOS DISCOS DE LA SEMANA

Crítica de 'Ode to joy', de Wilco: una conmoción tranquila

Wilco, en una imagen promocional

Wilco, en una imagen promocional

Jordi Bianciotto / Juan Manuel Freire / Ignasi Fortuny / Roger Roca

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El artista de éxito y largo recorrido suele enfrentarse a esta duda existencial: ¿debe de dedicarse a dar al público ‘ad eternum’ lo que cree que espera de élo puede permitirse evolucionar y transformarse en algo distinto? En la manera de resolver el interrogante tiene algo que ver cómo ha educado a su gente, y Wilco lleva ya muchos años lanzando mensajes. El perfil 'alt-country' de sus inicios y su conversión en artefacto de rock americano inquieto y rampante ha ido dando paso a perfiles a veces discutidos, pero que nos hablan de la banda como un vehículo libre que no acepta ser esclavo de una identidad.

La última muestra es este ‘Ode to joy’, el álbum que sucede al ciclo de discos del 2015-16 (‘Star wars’ y ‘Schmilco’) y que se ve influido por las interferencias que supusieron sendos álbumes en solitario, de tono recogido, a cargo de Jeff Tweedy (‘Warm’ y ‘Warmer’) en el 2018-19. Estamos ante una versión de Wilco nublada y contenida, que es cantautor y banda al mismo tiempo y que bucea en una expresividad distinta. En alusión al título del disco, Tweedy ha deslizado una pista política al explicar que desea reivindicar la alegría y el amor en tiempos en que el “creciente autoritarismo” los amenazan.

Con fuerza interior

Y resulta que este ‘himno a la alegría’ no resulta manifiestamente alegre, si bien maneja una energía que se percibe entre líneas pero que termina siendo delicadamente arrolladora. Una de las canciones, ‘Quiet amplifier’, puede ser representativa de su espíritu con su alusión a un ‘amplificador tranquilo’ y apuntando que “todas las guitarras son negadas” valiéndose de un aventurado juego de contrastes: la dulce voz en falsete que cabalga sobre un aparatoso latido marcial de las percusiones. Sí, el batería Glenn Kotche es coprotagonista de este disco extraño: ancla canciones inquietantes, como ‘We were lucky’, a la manera del redoble de una procesión, entablando un diálogo con las disonancias de Nels Cline a la guitarra que no parece de este mundo.

Entre esas serenas turbulencias se cuelan canciones que nos hablan del poder de Wilco para conmover sin alzar demasiado la voz: ‘White wooden cross’, confiando en un discreto piano, y la ‘dylaniana’ ‘Love is everywhere (beware)’, encauzando esta un álgido fin de ciclo con su última estación en la perla del álbum, ‘An empty corner’. El grupo de Chicago, creando clímax sin recurrir a los fuegos artificiales ni refugiarse en un intimismo de primera lectura, dejando que la música queme suavemente por dentro mientras describe gráciles piruetas en la cuerda floja. Un admirable modo de celebrar su 25º aniversario. JORDI BIANCIOTTO


OTROS DISCOS DE LA SEMANA

Cuando el cantante argelino nos dejó ya tenía terminado este disco, que bien podría situarse entre los mejores de su obra. La reivindicación africana abraza a Elvis, a Hendrix y a Marley, y se sirve de cuerdas orientales y fuentes chaaabi y rai para perder el mundo de vista en andanadas como ‘Andy Waloo’. Vibrante obra póstuma. J. B.

Tras un fascinante ‘epé’ de versiones, esta especie de Nico del siglo XXI entrega una nueva colección de canciones propias no menos sugerentes. Son, quizá, las más accesibles a todos los niveles que haya grabado hasta ahora ('No trace' o 'So muchbetter' son 'hits'), pero ella sabe que sin misterio no hay belleza: el enigma sigue latiendo en su mezcla de pop, dub y pospunk. JUAN MANUEL FREIRE

El dueto valenciano ha vuelto para agitar conciencias a través de su rap combativo y sin tapujos. Un disco que es puro limón -ácido como pocos-, con letras afiladas que golpean directamente al mentón de los principales actores político, sociales y económicos (con nombres y apellidos) de este país. IGNASI FORTUNY

El bajista y batería de The Bad Plus se juntan con un alma gemela, el teclista Craig Taborn, y zambullen sus 'casi-canciones' instrumentales en un baño de sonidos electrónicos. Y a esas composiciones, siempre un punto melancólicas, los teclados retro, los graves retumbantes y las percusiones sintéticas les sientan muy bien. Emocionante. ROGER ROCA