GALARDÓN

El incómodo Peter Handke, Premio Nobel de Literatura 2019

El autor de 'El miedo del portero ante el penalti' se vio envuelto en una controversia por su defensa de Serbia en la guerra de los Balcanes

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Elena Hevia

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"¿El Nobel de Literatura? Habría que suprimirlo. Es una falsa canonización que no aporta nada a los lectores", dijo Peter Handke en el pasado. Y la opinión, diga lo que diga el escritor el próximo diciembre en su discurso de aceptación del Premio Nobel, está en perfecta sintonía con un personaje incómodo, en busca de la reflexión más esquinada y por lo tanto difícil de encerrar en una única definición. De momento lo que ha salido de sus labios al conocer el veredicto es su profundo asombro por la "valentía del galardón". Y no es para menos. Handke pasó de ser el niño prodigio de las letras alemanas en los años 70, el amigo del alma y guionista de algunas de las mejores películas de Wim Wenders, al autor demonizado por haber defendido la causa serbia durante la guerra de los Balcanes, con visita de Milosevic en la cárcel y discurso fúnebre del genocida incluidos, dos décadas después.

Los libros de Handke en las ediciones de Alianza y sus guiones para Wenders -'El miedo del portero ante el penalti', 'Falso movimiento' y, más tarde, la popular 'El cielo sobre Berlín', para la que escribió una débil trama y una serie de impactantes monólogos interiores- fueron uno de los grandes compañeros de viaje de la progresía durante la transición, un autor capaz de vincular las lecturas más clásicas y solemnes de autores como Goethe con referentes más rockeros y 'ad hoc', tal y como empezaban a mandar los tiempos. Todo eso servido con una prosa afilada como un bisturí y se diría que casi exenta de sentimientos. Aunque los provocase a borbotones.

Con los años Wenders marchó a Hollywood buscando sus fastos y Handke, ermitaño, se quedó en alguna 'cueva' escondida de Austria, cultivando su escritura en silencio con una imagen cercana a la de Thomas Bernhard, el gran crítico de las hipocresías austriacas. Como aquel, Handke siempre se mostró como un intelectual incómodo en varios frentes: el teatro -sus 'Insultos al público', hoy quizá algo trasnochados, establecieron en los 60 unas nuevas reglas con los espectadores-, la novela -'La mujer zurda', 'El miedo del portero ante el penalti', 'Carta breve para un largo adiós'-, el ensayo -'Ensayo sobre el jukebox', 'Ensayo sobre el lugar silencioso', que no es otro que el váter-, sus poemarios y, en particular, en sus libros de memorias. Es el caso de 'Desgracia impeorable', escrito en 1972 pocas semanas después del suicidio de su madre de una sobredosis de barbitúricos como una forma de introspección dolorosa y salvaje.

El otro rostro, muchísimo más espinoso, de Handke apareció con la guerra de los Balcanes en la década de los 90. Cuando la mayoría de los intelectuales se alineaban en contra del genocidio bosnio y de su inductor, el ultranacionalista serbio Slobodan Milosevic, el escritor trató de desembarazarse de las críticas asegurando que él no era un político sino que sencillamente era un escritor y que Milosevic, responsable de la matanza de 250.000 personas, le parecía un intereresante personaje "trágico". Pero fue mucho más que eso, hubo una defensa del dictador incluso cuando ya muchos de sus partidarios le habían abandonado. A sus declaraciones en los periódicos se unió la entrevista que le hizo en la cárcel mientras esperaba el juicio en el Tribunal de La Haya y después del suicidio de Milosevic en el 2006 se comprometió todavía más cuando asistió a su entierro y leyó allí unas palabras. Las más comprometidas, las que comparaban el sufrimiento de los serbios con los judíos durante el Holocausto, de las que luego se retractó aduciendo que su francés -el idioma en que las pronunció- era bastante imperfecto. El revuelo general le valió que le retiraran un estreno en la Comédie Française y años después tuvo que rechazar el Premio Internacional Ibsen en Noruega por la misma razón. ¿Qué ocurrirá ahora con el Nobel? ¿Habrá voces discordantes? De momento, el autor, desde su retiro en París, donde lleva una vida tranquila de bajo perfil social, declara sentirse "en paz".