ENTREVISTA
Rosa Ribas: "Los secretos son necesarios"
La autora catalana presenta a la familia de detectives Hernández en 'Un asunto demasiado familiar', una novela coral de tintes negros ambientada en el barrio de Sant Andreu
Anna Abella
Periodista cultural
En esta casa desde 1990. Periodista cultural. Buceando en el mundo de los libros desde 2005.
Anna Abella
‘No se investiga a la familia’. Un mandamiento paterno difícil de cumplir para los miembros de la familia Hernández, detectives de profesión en una pequeña agencia familiar del barrio de Sant Andreu de Barcelona. Los hijos, Nora, Amalia y Marc, “están entrenados desde pequeños para desvelar secretos de otros” y el padre, Mateo, “sabe que si buscan encontrarán secretos y también sabe lo que pasa cuando los secretos salen a la luz”. “Los secretos son necesarios, porque saberlo todo no nos hace más felices, lo que sabes no puedes no saberlo, no puedes borrarlo. Es la feliz ignorancia, el no saber cosas que pueden hacerte daño: siempre luchamos contra eso y en todas las familias hay secretos y temas tabú que todos saben que deben guardar para mantener el equilibrio y la convivencia”, asegura Rosa Ribas (El Prat de Llobregat, 1963) sobre el tema central de ‘Un asunto demasiado familiar’ (Tusquets / Capital books).
Puntualiza la autora catalana afincada desde hace 28 años en Fráncfort, que “la novela parte de la historia de una familia”. En ella ha introducido “elementos de novela negra: el tono, los temas que toca, el registro y la forma de contar...”. “Pero lo más negro es la familia, que tiene tintes muy oscuros”, añade. Tintes como el pasado del padre, nacido en las chabolas del Turó de la Peira y con una juventud quinqui y descarriada, o la madre, Lola, con un desarreglo mental grave, que ha marcado, y aún marca, a los hijos.
Generación perdida de la droga
La novela aborda "las relaciones paternofiliales, las heridas de cada uno y cómo la vida se les tuerce e intentan enderezarla"
“Yo vengo del Prat, donde también vivimos esa generación perdida, la de los nacidos en los 60. Vimos hermanos mayores pillados por la ola terrible de la droga, sobre todo en la periferia de Barcelona y en estratos sociales más pobres pero también pilló a hijos de familias bien. Yo sentí que me había librado por los pelos”, recuerda la autora de ‘La luna de las minas’, que también quería mostrar “lo que significa para una familia tener una madre con bipolaridad, que además sufre alcoholismo”. “Para los hijos, de niños, su modelo de madre es la anormalidad y aprenden a vivir con ella, aunque se sienten culpables de lo que le pasa. De adultos están bastante averiados y siguen intentando hacerla feliz”, explica. Ello le sirve a Ribas para abordar en profundidad “las relaciones paternofiliales y entre hermanos, las heridas de cada uno, cómo la vida se les tuerce e intentan enderezarla”.
Enfermedad mental
Para los Hernández, que son “una agencia de detectives de barrio, de pueblo, que funciona en un lugar donde todos se conocen, donde los confidentes no son como los de Starsky y Hutch sino como la señora que tiene un puesto de esteticién en el salón de su casa”, buscó un escenario que fuera un “barrio-pueblo”. Sant Andreu era perfecto. “Es un territorio con límites físicos y mentales, con personalidad propia. Cuando cogen el metro aún dicen ‘vamos a Barcelona’”, constata la creadora de las series de la comisaria Cornelia Weber‐Tejedor y la reportera Ana Martí.
Un constructor encarga a los Hernández que investiguen la desaparición de su hijo, algo que les obliga a afrontar la desaparición de la hermana mayor, Nora, la mejor detective de todos ellos, y que prefieren pensar que ha sido voluntaria. “Y salen a la luz la rabia, la impotencia y los conflictos". No oculta Ribas “la parte fea de la profesión, en la que Mateo no quiere meter a los hijos, y para la que cuenta con Ayala, el mamporrero de la agencia, que tiene una parte tierna y una historia detrás”. “Se mueven en la zona gris, en la zona límite. Mateo y Ayala se saltan la línea roja muchas veces porque han estado en el otro lado y lo conocen bien. Aunque esas cosas pasan factura”.
"Los muertos también son personajes. Todas las familias conviven con sus muertos"
Se atreve la escritora con los fantasmas: el de la hermana de Lola que murió de niña, el del bisabuelo indiano y negrero, el de la prima adicta, o el padre de Mateo, quien se cree muerto. “Los muertos también son personajes. Todas las familias conviven con sus muertos, hablan de ellos, eso me impresiona, quizá porque llevo el nombre de una hermana de mi madre que murió con cinco años, antes de nacer ella, y de la que no tiene ni fotos. Su existencia se ha transmitido. Para los niños, en la novela, los muertos son como fantasmas. Eso hace el lector se autosugestione”.
Vivos y muertos, los Hernández tendrán un continuará. Cabos de los que estirar no faltan.
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