ENTREVISTA

Alice Zeniter: "Toda emigración es una pérdida"

En 'El arte de perder' la escritora francesa narra a través de una saga familiar el destino de los argelinos que lucharon con el Ejército francés en los años 60

zentauroepp49930917 icult190919170755

zentauroepp49930917 icult190919170755 / periodico

Eva Cantón

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

 "¿Se puede vivir sin ningún vínculo con el país de origen de tu familia y su historia?". Es lo que se planteó Alice Zeniter (Clamart, 1986) en su cuarta novela,  ‘El arte de perder’ (Salamandra). Una historia sobre la identidad marcada por la guerra de Argelia y contada desde el bando de los perdedores. Tres generaciones encarnadas por tres personajes -Alí, Hamid y Naima- que se enfrentan de manera distinta al pasado y al futuro. 

 "Quería contar la trayectoria migratoria de una familia y recordar que toda inmigración es inicialmente una emigración. Que siempre se parte de un país. Quería que fuera una historia larga, que el lector viviera la parte argelina, sintiera Francia como un lugar extranjero y notara la pérdida que supone toda emigración, empezando por la lengua. Y mostrar que la adaptación requiere un talento que deberíamos valorar, en lugar de tratar a la gente como pobres inmigrantes. Quería que mis personajes pudieran ser héroes", explica Zeniter durante una entrevista con El Periódico en la sede de Flammarion, su editor parisino.

¿Para qué sirve descubrir la historia familiar?

Para decidir si se lucha contra el determinismo o no. No sé cual es la mejor manera de convivir con la historia familiar pero me parece tan absurdo sentirse un héroe por ser nieto de muyahidín como avergonzarse de ser nieto de harqueño. En todo caso, es aberrante que los descendientes de inmigrantes no tengan acceso a su historia mientras la del resto de la población se cuenta permanentemente. Eso crea diferencias enormes que se pueden transformar en heridas. La historia francesa se ha comido la historia de los inmigrantes que vienen de países colonizados. Argelia solo existe como departamento francés.

El silencio ocupa un gran espacio en la novela. ¿Qué esconde esa voluntad de los personajes de no querer hablar?

Me interesaba reflexionar sobre el silencio, pero no únicamente como un bloqueo personal. En esa familia hay una voluntad de proteger. Alí luchó en la segunda guerra mundial y no quiere hablar de ella porque, si pudiera, él mismo la olvidaría. En el caso de Hamid, el silencio quiere ser una página en blanco. Si no cuenta las dificultades por las que ha pasado puede que le traten como a un igual y no con compasión o desprecio. Hay esperanza en ese silencio.

También salen a relucir muchos estereotipos...

Verse zarandeado de un estereotipo a otro es una expresión del racismo latente. En el siglo XIX, los primeros colonos franceses crearon el del árabe perezoso y poco inteligente. Luego, con la guerra de Argelia la imagen se invierte y pasa a ser astuto y salvaje. Cuando yo era pequeña, el tendero árabe que abría toda la noche era simpático, imitábamos su acento y nos regalaba mandarinas. Pero a partir del 11-S, ¡cuidado, todos podían ser Osama Bin Laden! Cuando se produjeron los atentados en 'Charlie Hebdo' y el Bataclan era inevitable que me preguntaran sobre el islam aunque soy atea, hija de ateo y nieta de ateo. Es terrible.

El mundo de Naima no tiene nada que ver con el de su abuela. ¿Cómo ha evolucionado el papel de la mujer en Argelia?

Tenía la idea de que el feminismo progresaba, pero en los dos viajes que hice a Argelia, en el 2011 y 2013, me di cuenta de que era posible un retroceso. Las mujeres que no llevan pañuelo, beben alcohol o fuman tienen 50, 60 o 70 años y son las jóvenes las que no hacen nada de esto. Han aceptado que no tienen derecho a según qué cosas, aunque la ley no lo prohíba.

¿Hay que entrenarse en el arte de perder para poder integrarse en una sociedad distinta?

Siempre hay un deseo de pertenencia. Es lo que Abdelmalek Sayad llamaba "la doble ausencia". Es duro no tener vínculos con Argelia y tampoco lograr formar parte de la sociedad francesa. Eso genera reivindicaciones de identidad muy fuertes en los descendientes. Miran a sus padres y se preguntan de qué sirve olvidar la cultura original cuando así no han conseguido nada ni ha funcionado el ascensor social.

¿Es otra herencia de la colonización?

Y la consecuencia de una inmigración compartimentada. Cuando se hacen guetos hay pocas probabilidades de que los prejuicios desaparezcan rápidamente. Francia necesitaba mano de obra inmigrante para que las fábricas funcionaran, pero con la primera crisis del petróleo hay que deshacerse de esa gente y a la capa de miedo se añade la del odio. Es el famoso: "Nos quitan nuestro trabajo".

¿Por qué eligió un poema de Elisabeth Bishop para dar título a su obra?

Antes de escribir el libro yo lo recitaba mucho. Tiene un ritmo casi pop y me gustaba cómo abordaba un tema tan doloroso. La vida es una sucesión de pérdidas, desde los objetos hasta el tiempo, los amores, las casas o los países.

TEMAS