HOTEL CADOGAN (4)

Lawrence Durrell en Corfú

'La celda de Próspero' es una declaración de amor a la isla jónica donde el escritor británico encontró la voz

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Olga Merino

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Aquí, a la habitación 118 del Hotel Cadogan, suelen acudir a tomar el té escritores trastornados por un paisaje, y hoy se ha sentado en la butaca tapizada de 'chintz' Lawrence Durrell, el más mediterráneo de los escritores británicos. Llega con la gorra azul calada y la mueca burlona. Sin disimular su incomodidad, acaba de poner los pies encima de la mesa con un temblor de tazas. Nacido en la India, en Jalandhar, la lluvia de Londres nunca le ha sentado demasiado bien. Le digo que a los 20 años, como tantos otros, leí con fruición 'El cuarteto de Alejandría' en la edición de bolsillo de Edhasa, pero el tío Larry me hace menos caso que un gato de angora. Él viene con los ojos llenos del sol de Corfú.

Los años de Corfú, (1935-1939) fueron los más felices de su vida

Los Durrell, el clan al completo, llegaron a la isla jónica a mediados de los años 30: Louise, la madre viuda; Lawrence (Larry), que era el mayor, y su retahíla de hermanos, Leslie, Margo y Gerald, un crío entonces que ya había estrenado su afición por cucarachas, lagartijas y demás bichos. Los años de Corfú (1935–1939) fueron los más felices de su vida. Fue allí donde Lawrence Durrell escuchó por primera vez su voz de escritor. Llegaba recién casado con Nancy Meyers, la primera de sus cuatro esposas, y el propósito de nadar, navegar y dedicarse los dos como panteras a la creación (Nancy pintaba). Se instalaron en Kalamai, una aldea de pescadores al norte de la isla, en una casa blanca, "puesta como un dado sobre una roca, ya venerable con cicatrices de viento y agua". Cerca pero lejos de la alborotadora tropa familiar, que solía ponerse de parte de Nancy en las todavía manejables riñas de pareja. "¿Quieres dejar de ser tan pomposo, Larry?", lo reprendían.

"En algún sitio entre Calabria y Corfú comienza realmente el azul", así arranca 'La celda de Próspero', la declaración de amor que Lawrence Durrell dedicó a la isla, un libro de memorias estructurado en forma de diario que, sin embargo, compuso cuando ya vivía en Alejandría y los nazis habían invadido Grecia arrebatándole el que había sido su hogar. Por ello una inmensa melancolía impregna sus páginas. Europa ya no iba a ser la misma; tampoco su relación. Se lo contó a Henry Miller por carta con cierto desdén: "Nos hemos separado. Solo la guerra, supongo". Se había incendiado el edén.