EL LIBRO DE LA SEMANA

Crítica de 'Un asunto demasiado familiar': Hernández, detectives, ¿dígame?

Una familia rebosante de secretos investiga los de otros en un barrio de Barcelona

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Marta Marne

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La familia Hernández regenta una agencia de detectives poco común dentro del género negro. Estamos en el popular barrio de Sant Andreu de Barcelona, un emplazamiento que fue villa independiente antes de anexionarse a la ciudad, por lo que sigue tratándose de un lugar en el que todo el mundo se conoce y se confiesa en los mismos establecimientos. Por todo ello, resulta anecdótico que Mateo y su familia se dediquen a ganarse la vida tratando de descubrir unos cuernos que están en boca de todos o destapando fraudes a las mutuas de accidentes de trabajo.

Este pequeño universo que nos regala Rosa Ribas en 'Un asunto demasiado familiar' se compone de una estirpe que parece crecer a cada página, aunque la trama gira en torno a Mateo y Lola, y sus hijos Marc, Amalia y Nora. Nora ha desaparecido en fechas recientes, y a pesar de que todo apunta a que ha sido una huida voluntaria, ninguno de ellos parece saberlo con certeza.

Cada palabra está escogida con mimo y precisión, un deleite para los lectores más exigentes

Si el planteamiento tiene poco de ortodoxo, menos aún lo tiene la estructura del libro. Dividido en tres partes, una vez traspasado el final de la primera el lector puede sentir que no sabe bien hacia dónde se dirige la historia. Pero todo tiene su lugar y su sentido dentro de este entramado. El arranque inicial en el que se abordan la desaparición de un adolescente y la de la propia Nora puede resultar algo más arquetípico, pero no lo es en absoluto la manera en que Ribas lo desarrolla. Aún así, encontramos elementos propios de la novela negra mediterránea tales como el humor que planea a lo largo de toda la obra, el carácter cercano de los personajes o el trasfondo de denuncia política ante temas como la inmigración y el tráfico de seres humanos.

Temas recurrentes

Los seguidores de Ribas podrán distinguir algunos de sus temas recurrentes: una mirada lúcida y analítica de la sociedad española en la que desgrana males como la endogamia, la corrupción y la picaresca tan propias de este país; la importancia de las relaciones familiares para perfilar nuestra identidad, y cómo ello determina la forma en que nos relacionamos con nuestro entorno; la enfermedad y el dolor, que no solo marcan nuestros ritmos sino también los de quienes nos rodean. La enfermedad mental que convive con los Hernández a través del cuerpo de Lola se convierte en un residente más de la vivienda, un tema que en pleno siglo XXI sigue resultando tabú en muchas casas. Nadie sabe bien qué forma tiene, cuando aparecerá, si llegará dando portazos o si se presentará de puntillas. Y a pesar de tratarse de algo común insistimos en no hablar de ello de manera abierta.

Como colofón, el exquisito e inimitable uso del lenguaje al que la escritora catalana nos tiene acostumbrados. Cada palabra está escogida con mimo y precisión, y eso siempre convierte sus obras en un deleite para los lectores más exigentes. Que nadie añore a sus anteriores personajes, porque los Hernández tienen tanto carisma y atractivo como podían tener Cornelia Weber-Tejedor o Ana Martí. Esperemos que hayan llegado para quedarse.