CRÍTICA DE LIBROS
Crítica de 'Piel de plata': paseo pueril por el lado oscuro
Javier Calvo construye un híbrido de parodia de la autoficción y homenaje a la novela de 'teenager' rebelde
Domingo Ródenas de Moya
Domingo Ródenas de Moya
El narrador de esta novela —no su autor, Javier Calvo— adolece de un puñado de defectos, uno de ellos creerse lo que le dijo su psiquiatra: que es un excelente narrador, y otro haber asumido lo que le inculcó su madre: que cuando alguien le criticara, pensara que era un imbécil. Con estos mimbres autoindulgentes, Pol, a sus veinte años y alumno en una escuela de escritura creativa, evoca el encuentro epifánico, a sus 14 años, con Bronwyn en el Instituto de Salud Mental al que ambos acuden a terapia. La chica actuará como una sacerdotisa del Otro Lado, induciendo al chaval a dejar sus pastillas para la esquizofrenia, a consumir alcohol y drogas surtidas y pasarse al noctambulismo. El resultado es previsible: el brote alucinatorio, la pérdida de control racional y la dilapidación de la propia existencia.
La novela de Pol es tediosa; la de Javier Calvo, más irónica, se resiente de ello
Como en un híbrido de parodia de la autoficción y homenaje a la novela de teenager rebelde (con 'El guardián entre el centeno' al fondo), Calvo construye en su narrador el perfil verosímil de un niño intoxicado por la ciencia ficción, cuyo ídolo, el escritor Cooper Crowe, es trasunto del real Michael Moorcock. A los multiversos de este, plagados de alienígenas y ambiguas fuerzas de la luz y la sombra, pronto añade Pol el desasosegado universo poético de Juan Eduardo Cirlot, del que procede el nombre de Bronwyn, que es quien le sirve de prescriptora. También ella le da a conocer el grupo musical filonazi Death in June como otros apóstoles del lado salvaje y prohibido. Bajo la égida de esa santa trinidad, Pol se somete a los ritos iniciáticos que le transportan al Otro Lado, el dominio de los ángeles negros y su líder Ivo Cárceles, con su vindicación del desacato, la violencia y la discordia.
Ese paseo pueril por el 'wild side' le sale caro a Pol, aunque lo rentabiliza convirtiéndolo en novela. Pero su impericia o los torpes consejos de la escuela de escritura le llevan a entrometerse todo el tiempo en lo que cuenta, murmurando ante el lector quién es y no protagonista, qué es y no relevante o qué es un latazo. Si los resúmenes de las novelas de Crowe o las alucinaciones de Pol pueden lastrar de aburrimiento el relato, esta contumaz señalación del discurso no alivia sino todo lo contrario esa impresión. La novela de Pol es tediosa; la de Javier Calvo, más irónica, se resiente de ello.
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