DISCOS DE LA SEMANA

Iggy Pop, con vistas al crepúsculo

El cantante estadounidense entrega un álbum atmosférico y confesional con trazos de rock y jazz de vanguardia

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J. Bianciotto / J. M. Freire / I. Fortuny / R. Roca

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Iggy Pop siempre nos ha querido decir que se sentía a gusto pisando terrenos distintos al ‘killer rock’ de Detroit que acuñó con The Stooges. No ha sido un artista atrapado en una jaula de oro porque se lo ha pasado pipa reptando a golpe de ‘I wanna be your dog’, pero sí que ha tenido inquietudes de ampliar el campo de batalla y lucir su hermosa voz en otra clase de berenjenales: ahí están, en su era moderna, obras como la semiacústica ‘Avenue B’ (1999) o las afrancesadas ‘Préliminaires’ (2009) y ‘Après’ (2012).

En la estela de esos discos distintos de Iggy Pop se sitúa ‘Free’, que releva a aquel ‘Post pop depression’ (2012) cocinado con gente de Queens of The Stone Age y Arctic Monkeys, trabajo y ‘tour’ rejuvenecedores en los que, por lo visto ahora, se entregó hasta vaciarse. Porque ‘Free’ sugiere desde su mismo título un ejercicio oxigenante, acaso alejándose de lo que el mundo espera de Iggy Pop, trabando amistad con nuevos talentos, jugando con las atmósferas, flirteando con el jazz de vanguardia y adoptando la palabra hablada.

La voz en el centro

Le ha salido un sugerente disco de claroscuros, que se abre con la frase “quiero ser libre’, interpretable a discreción: “libre” de la casilla que ha ocupado en el paisaje musical durante cinco décadas, o quizá el sentido sea más metafísico o espiritual. Sea como sea, este Iggy Pop de 72 años entrega una obra de consistencia líquida, difícil de encuadrar, que sigue integrando el rock en una noción musical muy pendiente de los climas y poniendo a la voz en primer plano.

Ahí, en el lenguaje de guitarras más corpulento, cabe citar los bucles de ‘Loves missing’, con su cadencia de rock con sobrepeso, y ‘James Bond’, tocada al final por injertos de voz femenina a lo Serge Gainsbourg. Artefactos repetitivos con los que Iggy Pop parece dar la razón a aquella máxima de Lou Reed según la cual “si tiene tres acordes ya es jazz”. Pero el jazz asoma en el disco, aunque no mediante armonías sino de pinceladas solistas del trompetista Leron Thomas, coautor de las canciones junto al mismo Iggy y a la guitarrista y cineasta Sarah Lipstate, cuyo currículo incluye complicidades con Lee Ranaldo (Sonic Youth).  

Junto a ellos, Iggy Pop se deleita participando de un paisajismo crepuscular en piezas estimables como ‘Sonali’ o ‘Glow in the dark’, con Berlín flotando en el ambiente y trazos ‘free’ que se acercan al David Bowie de ‘Blackstar’. Ni Reed, al que recita en ‘We are the people’, ni Bowie, ambos viejos amigos, están ya aquí, y ‘Free’, que en su tramo final prescinde del canto y se acoge al ‘spoken word’ (texto de Dylan Thomas incluido), tiene algo de presagio elegíaco, de liberación de las servitudes mundanas. “Somos la gente que no sabe cómo morir en paz y tranquilidad”, canta Iggy con gravedad. Quizá ‘Free’ le ayude a trazar el camino. -- J. B.

OTROS DISCOS DE LA SEMANA

¿Todos los hits de Spoon en un solo disco? No, solo 12 de un catálogo infinito de números rock tensos, imaginativos y cargados de romanticismo urbano; más la nueva e imponente 'No bullets spent'. Si tiene cuatro estrellas en lugar de cinco, es porque un segundo CD con caras-B, rarezas, etcétera, tampoco habría estado de más.

Orgullo punk de Olympia, Washington, el venerable trío femenino (desde hace unas semanas, dúo) saca punta a su segunda juventud alternando ahora las guitarras con los sintetizadores y entregando la producción a St. Vincent. Audaz suma de fuerzas en canciones con influencias inesperadas (¿Fleetwood Mac?), con ingenio y ferocidad.

Yung Beef entiende el reguetón así: lento, oscuro y ardiente. Y con un discurso de intenso deseo amoroso y sexual. El álbum es una exaltación del reguetón 'underground', sin edulcorantes ni brillantes. En la que no es su versión más celebrada, la reguetonera, Fernando Gálvez presenta un trabajo plagado de colaboraciones, entre las que destacan las femeninas.

La conexión Barcelona-Nueva York sigue abierta. Uno de sus pioneros, el batería Marc Miralta, de 'groove' inconfundible, forma equipo con Kevin Hays, pianista completo como pocos, y Mark Turner, uno de los saxofonistas más personales de su tiempo. Jazz contemporáneo del que, en los mejores momentos, toca la fibra además de las neuronas.