DISCO DE LA SEMANA

Taylor Swift, una montaña rusa pop

La cantante de Pennsylvania combina en 'Lover' todos sus registros, de la balada acústica al estribillo efervescente pasando por un sugerente intimismo electrónico

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Jordi Bianciotto

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Taylor Swift lleva la contraria a quienes sostienen que los discos largos son cosa del pasado. 'Lover' ofrece 18 canciones, 61 minutos de música, porque, dice ella, es "una carta de amor al amor", y reflejar tal abanico de modos anímicos requiere su tiempo. La extensión puede tener otro motivo: Swift busca recuperarse del (relativo) tropiezo de 'Reputation' (2017) con una obra amplia y diversa en la que dar a cada uno de sus segmentos del público lo que quiere.

El resultado es un disco-montaña rusa que la reafirma como figura avanzada del 'mainstream', aunque, en su serpenteante trayecto depare momentos con sabor a relleno. Swift transmite distinción, sentido de la búsqueda y capacidad para facturar un vibrante pop comercial de autor, apto para reflejar zozobras emocionales como en un diario íntimo, aunque el álbum dé bruscos volantazos de estilo y se encalle en canciones que parecen pensadas como transiciones.

Contra los 'haters'

'Lover', publicado solo un año y nueve meses después de 'Reputation' (frente a los tres años que transcurrieron entre aquel y el álgido '1999'), es su apresurado primer disco con Republic Records, sello de la 'major' Universal. Para abrir esta etapa pisando terreno seguro, Swift se reafirma en todas sus habilidades a partir de sendos 'singles' ricos en colores pastel, el eufórico 'Me!' (dueto con Brendon Urie, de Panic! At The Disco), y mejor todavía, ese ingenioso 'You need to calm down', reproche a los 'haters' homofóbicos en cuyo vídeo se cuela su vieja enemiga Katy Perry. En el otro extremo, reflejos de la trovadora filo-country que fue en la propia 'Lover', balada turbia que canta como una perezosa Hope Sandoval (Mazzy Star), o la vulnerable, acaso curativa, 'Soon you'll get better', en torno al cáncer que ha sufrido su madre, y donde la acompañan Dixie Chicks.

Entre ambos polos, el álbum desliza nuevos motivos para ver en ella a una diva pop distinta, sobre todo en los medios tiempos envolventes y las incursiones más íntimas, envueltas en electrónica fría. Hay que hablar de la tensa intimidad de 'The archer' y de la arrolladora 'Miss Americana & The heartbreak prince', y de un par de rarezas que salpican el tramo final, 'False God', con su mística ciber-soul, y ese recuerdo de experiencias iniciáticas llamado 'It's nice to have a friend', con pinceladas oníricas.

'Lover' es tan miniaturista como expansivo, combina oscuridad y efervescencia, y muestra a una Taylor Swift dueña de su destino, coproductora y compositora ahora sin la ayuda de Max Martin y Shellback (cómplices en cimas pasadas como 'Blank space') y confiando más en Jack Antonoff, el conducto que la ha llevado hasta St. Vincent, con quien firma otra pieza álgida, 'Cruel summer'. Y sin ser un disco perfecto, coloca a Swift un palmo por encima de toda competencia en la arena pop.