FIN DE UN ABERRANTE PERIPLO

Leopoldo María Panero recibirá sepultura cinco años después de su muerte

Los restos del poeta serán depositados en el panteón familiar de Astorga tras una larga batalla judicial

Leopoldo María Panero en la Paloma en el 2005.

Leopoldo María Panero en la Paloma en el 2005. / periodico

Mauricio Bernal

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Vuelve Leopoldo María Panero a Astorga, su pueblo natal. Vuelve el poeta maldito tachado siempre con ligereza de loco, el que se pasó la vida entrando y saliendo de manicomios, cuando aún se les decía y se les podía decir así. Vuelve a su pueblo el devoto de los cigarrillos y la Coca-Cola, el que dio lustre y altura a una melancólica palabra: desencanto. No había terminado la historia de la muerte del poeta que no se callaba nada, ni cuando escribía ni cuando hablaba, el que al final de su vida se decía "puteado como un perro", pero terminará este jueves, cuando sus cenizas ocupen el lugar que les corresponde en el panteón familiar, junto a las de Leopoldo, su padre y también poeta, las de 'Michi', su hermano y también escritor, y las de otros miembros de la familia. Vuelve así, en forma de polvo y en una urna de contener polvo, haciendo, quién sabe, de su cadáver el último poema, como una vez escribió.

Los primos han tenido que demostrar ante el juez que eran familia del poeta fallecido

Comenzó esa historia, la de su muerte, el 5 de marzo del 2014, cuando el poeta que fumaba demasiado falleció en el Hospital Rey Juan Carlos I de Las Palmas, en el área de salud mental, donde había pasado 19 años. El cadáver fue incinerado, pero cuando el grupo de familiares encabezado por su prima, María del Rosario Alonso Panero –Charo–, quisieron reclamar las cenizas, se encontraron con que no podían llevárselas. "Teníamos que atestiguar que éramos familia a través del juzgado –recuerda–, y hasta que no hubiera un fallo el hospital lo custodiaría todo". El poeta no tenía hijos ni había dejado testamento. Sus padres habían muerto y sus hermanos también. Pero todo eso había que demostrarlo, certificados de defunción mediante. "Yo entendí que se quedaran con sus cosas, sus enseres, lo que tenía en el hospital. ¿Pero que se quedaran con sus cenizas?" Pues sí. Se quedaron con sus cenizas.

'La muerte del último poeta'. 'Muere el poeta maldito Leopoldo María Panero'. 'Muere Leopoldo María Panero, el poeta maldito entre malditos'. 'Muere Leopoldo María Panero, el poeta maldito por excelencia'. Así se hizo eco la prensa del fallecimiento de Panero. Por si no ha quedado claro, se le consideraba un poeta maldito, denominación de origen que no agrada especialmente a la familia pero que no tiene nada de disparate: cuando Verlaine publicó 'Les poètes maudits', en 1884, dio carta de naturaleza a una categoría de literato cuyo genio era a la vez su maldición: la tragedia vital y la tendencia a flirtear con el abismo –a veces con la demencia, a veces con la propia destrucción– eran rasgos característicos. Verlaine incluía a seis poetas a los que había conocido personalmente en su lista de malditos, uno de ellos Stéphane Mallarmé, emperador indiscutible del parnaso personal de Panero. ¿Y no es maldita la historia de unas cenizas insepultas, almacenadas durante cinco años en un depósito hospitalario?

19 años de enseres

De "desagradable periplo" califica Charo Alonso el camino judicial hasta la entrega de las cenizas: el que empezó aquel marzo del 2014 y terminó cinco años después, hace unos meses, cuando Alonso y su esposo se presentaron en el psiquiátrico canario a reclamar las cenizas. Tenían, por fin, el mandato judicial que les habían pedido, la decisión de la Audiencia Provincial de Las Palmas de declarar como "únicos herederos" a cinco primos del poeta: Odila García Panero, Paulino Alonso Panero, Juan Alonso Panero, Marisa Alonso Panero y María del Rosario Alonso Panero, Charo, la que todos estos años ha estado al frente de la pelea judicial. Por culpa de una enfermedad grave el viaje a Las Palmas para recoger la urna tuvo que posponerlo unos meses tras la decisión del juez, pero en marzo pasado recuperó los restos de su primo. Y sus enseres, que también estaban en el hospital. Y entonces se encontró una sorpresa.

El psiquiátrico no solo ha entregado las cenizas sino los enseres del poeta, entre ellos textos inéditos

"Yo me imaginaba unos libros, alguna máquina de escribir, pero claro, ¡era lo que había reunido en 19 años! Eran cajas y cajas de libros, cinco máquinas de escribir, un lector de cedés, sus bolsas de viaje y varios documentos con textos inéditos". Cualquier admirador del poeta –de la poesía– se habría asomado a los "enseres" con actitud reverencial, que fue lo que hizo María Luisa, cuyo discurso está poblado de elogios hacia su primo. Naturalmente, no le resultaba ajena la idea de tesoro literario. Dice que "ordenará y analizará" los textos. Que si cabe, se ocupará de que sea editado un libro. Y que a mediano plazo hará donación del legado a la Asociación de Amigos Casa Panero, en Astorga, responsable de la gestión de la vivienda donde vivieron los Panero, museo dedicado a la dinastía de poetas más famosa de España a partir del próximo año si todo ocurre según lo previsto. "No sé qué hay en esos documentos, de todo seguramente, prosa, verso, lo que él escribía. Tengo cuatro jaulas enormes llenas de cosas. Eso sí, la ropa se la di al psiquiátrico, porque allí hay mucha gente necesitada".

Un personaje de leyenda

Con dos hermanos literatos como él –'Michi', el menor, y Juan Luis, el mayor y más ambicioso–, Leopoldo María se convirtió en el Panero mayor cuando el crítico Josep Maria Castellet lo incluyó en su antología de los Nueve Novísimos ('Nueve novísimos poetas españoles', 1970) al lado de compañeros de oficio como Manuel Vázquez Montalbán, Félix de Azúa, Pere Gimferrer y Ana María Moix. Unos años más tarde lo apuntaló como personaje el director de cine Jaime Chávarri, cuando estrenó, en 1976, 'El desencanto', ese documental descarnado que retrataba la devastación familiar de los Panero: 'Michi', Leopoldo María, Juan Luis y Felicidad Blanc, la madre. No era menos protagonista Leopoldo Panero, el padre ausente, poeta, falangista y borracho; la piedra en torno de la cual gravitaba ese aire de podredumbre familiar. Ese documental, la enfermedad mental, los manicomios, la lucidez, las entrevistas y la poesía sin concesiones moldearon la leyenda de un español imperecedero. "Lo importante es que se le sigue leyendo –dice su prima–. Que supongo que es lo que él querría".

Este jueves tendrá lugar el funeral y un homenaje en la Casa Panero de Astorga

Aunque habría lidiado igualmente con el chiste judicial, Charo Alonso ha tenido presente lo que le dijo 'Michi' Panero –fallecido a los 52 años, en marzo del 2004– antes de morir. "Dos días antes hablamos por teléfono y él me dio las gracias porque la familia se había portado muy bien con él, y me dijo que por favor hiciéramos lo mismo si le pasaba algo a su hermano. Como ninguno dejó descendencia, a los que tenían era a nosotros, los primos". Conseguir la devolución de las cenizas y depositarlas en el panteón familiar del cementerio de Astorga, Charo y el resto de primos lo consideran el cumplimiento de un deber familiar. "Yo estoy dolida porque hay gente que le ha faltado el respeto a la familia insinuando que todo esto es, como dicen los franceses, una 'mise en scène'. De ninguna manera. Nosotros le queremos hacer un funeral y que finalmente descanse en la cripta familiar con su familia, nada más".

Vuelve Leopoldo María Panero a Astorga, su pueblo natal, ese lugar de 11.000 habitantes marcado para siempre por la poesía. Con cinco años de retraso, la Iglesia de Santa Marta acogerá este jueves a mediodía el funeral del más legendario de la saga más legendaria del pueblo. La urna con las cenizas, que desde marzo ha permanecido en casa de su prima, ocupará su lugar en el panteón. Por la noche habrá un acto de homenaje en la Casa Panero. Y se habrá acabado la historia de su muerte. Pero seguirán leyendo al poeta, como a él le habría gustado.

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