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'La ciutat dels passatges': lo que la Via Laietana se llevó

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Eduardo de Vicente

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Barcelona es una ciudad moderna que, a lo largo de su historia, se ha visto obligada a cambiar en muchos momentos su fisonomía para adaptarse a los nuevos tiempos. Los más veteranos recordarán la espectacular transformación de la ciudad y, sobre todo, su relación con el mar cuando fue remodelada para celebrar los Juegos Olímpicos de 1992. Bien, pues en 1908 se inició una de las grandes obras urbanísticas, la creación de la Via Laietana pero, para ello, debía derrocarse gran parte de los edificios que alterarían definitivamente la vida de los barrios de la Ribera, la Catedral, Sant Pere, Santa Caterina y Sant Cugat del Rec.

Para dejar constancia de lo que fue aquella ciudad desaparecida, el ayuntamiento convocó un concurso en enero de ese año para que artistas, pero también gente anónima, inmortalizara por última vez aquellos paisajes urbanos. El resultado puede verse estos días en el Arxiu Fotogràfic en la exposición La ciutat dels passatges: abans de la Via Laietana. Se presentaron (y se conservan) más de 600 y la muestra está compuesta por 66 originales que fueron galardonados y 35 copias digitales en gran formato realizadas a partir de los negativos.

La reforma, antes y después

A la entrada nos da la bienvenida la imagen de la exposición en la que puede verse la calle Malla solitaria en la que hay una silla, pero han puesto una real, de las antiguas, con asiento de paja. También nos recibe una gran fotografía del inicio de la apertura de la Via en 1913 y un plano que muestra la reforma a través de un dibujo.

Sorprenden al visitante lo sumamente estrechas que eran esas calles y pasajes, con poca luz, da la impresión de que mal ventiladas, nos sentimos trasladados a principios de siglo gracias al trabajo de los artistas Adolf Mas, Narcís Cuyás, Miquel Matorrodona y Josep Pons, que ilustran con su cámara esa Barcelona antigua, sin comodidades ni modernidades y las calles que se volatilizaron.

Anuncios y gente de la época

Podemos ver la plaza del Ángel, una superviviente, ocupada por la casa de fotografía Napoleón, un bazar que estaba de liquidación, una ortopedia o el anuncio de un agua de mesa, los tejados de la Riera Sant Joan, la placa de un “Colegio para señoritas dirigidos por religiosas de la Sagrada Familia”. Las tiendas y los anuncios en las calles también nos transportan al pasado: la Vaquería Suiza, los “hospedajes a precios económicos”, las rebajas de entonces, la constructora de fuelles, una floristería, una chocolatería, el cartel del Oxitimol (un producto farmacéutico) o la programación del Teatre Principal.

Entre las angostas aceras otro de los principales objetivos de los fotógrafos es la gente. Por lo general, se trata de personas humildes, niños jugando en la calle o en la fuente, pero también hay alguna que otra señorona con un gran sombrero mientras al fondo se puede ver a la pareja de la guardia civil. Y, como contraste, los trabajadores, que ocupan otro de los apartados: artesanos, carpinteros, panaderos o las desaparecidas carretas que utilizaban.

Una vitrina con documentos históricos

Para acabar el recorrido podemos ver una vitrina en la que se exponen fotos de la firma del contrato de las obras de reforma entre el ayuntamiento barcelonés y el Banco Hispano Colonial, los trabajos con más caballos que maquinaria, imágenes con elementos arquitectónicos de las calles derruidas, las instantáneas de la inauguración, un catálogo sobre los cambios efectuados que se presentó en 1913 y un libro con planos y fotos de los mismos. Un viaje nostálgico a unos años que no vivimos pero que nos sirven para comprender la constante evolución de la ciudad y conocer su pasado.