CRÓNICA

Salif Keita, cumbre africana en Porta Ferrada

El cantante y compositor maliense cautivó con su voz mayestática y su cancionero con raíces en una noche que cerraron The Wailers con sus clásicos de Bob Marley

Salif Keita, en su actuación del martes en el Festival de Porta Ferrada

Salif Keita, en su actuación del martes en el Festival de Porta Ferrada / periodico

Jordi Bianciotto

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La música de Mali ha enamorado a medio mundo, de Ry Cooder a Damon Albarn (Blur), pasando por Ketama o el cubano Eliades Ochoa, y en su paisaje brilla una voz con carácter regio, y no es una metáfora: Salif Keita es descendiente del primer rey mandinga, Sundiata Keita, del siglo XIII, si bien se distanció de su linaje cuando, marginado por su condición de albino, eligió convertirse en ‘griot’, es decir, trovador y cronista. Y hasta hoy, en que Keita sigue deleitándonos con su arte musical y su voz dorada, que lució este martes en Sant Feliu de Guíxols.

Keita ha hecho saber que no grabará más álbumes (aunque sí, quizá, canciones sueltas), pero su magisterio en los escenarios seguirá mientras sus condiciones físicas y vocales se lo permitan. Por ahora, todo va bien: en Porta Ferrada lució poderío y refinamiento en un repertorio hecho de bucles hipnóticos, asentado en una malla de instrumentos acústicos y eléctricos, con andanadas de ritmo y recesos de melancolía.

Esplendor en la madurez

Le arropó una banda amplia, siete músicos y dos coristas, con las que pudo reflejar los matices de un sonido que, tras sus sucesivos experimentos a lo largo de los años (diálogos con el pop y la electrónica de resultados desiguales), encontró su punto justo en álbumes como ‘Moffou’ (2002) y ‘M’bemba’ (2005). Es interesante observar que un artista que está a punto de cumplir los 70 apuntale su repertorio en los logros de madurez y no en su cancionero juvenil, que suele ser lo corriente. Pero hay una delicada tensión interior en piezas como la misma ‘M’bemba’, pieza cuyo título significa ‘ancestro’ y en la que Keita hace las paces con su padre.

Él sigue llevando a un cronista dentro y refleja en sus letras las calamidades que castigan su país, la guerra y el acoso que sufren los albinos. Pero también materias más felices, románticas incluso en ‘Yamore’, la pieza que su día compartió con Cesária Évora y en la que funde la lengua bambara con el francés y el inglés. Músicas que fluyeron en una suave linealidad abierta a los diálogos despiertos de la guitarra eléctrica y la kora, el simbólico instrumento de cuerda, mezcla de arpa y laúd. Y por encima de todo, su voz mayestática, dialogando con las coristas en la arrolladora canción final, ‘Madan’, que cerró el pase con tonos festivos.

Música con muchas texturas y provista de una tenue aura mística, como, en otro sentido, la de The Wailers, el grupo que completó la noche, a lomos del repertorio de sus tiempos con Bob Marley. Aunque según su web oficial la formación incluye a dos miembros de la era clásica, el bajista Aston ‘Family Man’ Barrett y el guitarrista Donald Kinsey, ni uno ni otro estuvieron en Porta Ferrada, lo cual dejó el conjunto un tanto cojo. Músicos competentes, como el cantante Josh Barrett (primo lejano de Aston), que a falta de bagaje histórico imprimieron juventud a hitos como ‘Natural mystic’, ‘I shot the sheriff’ o ‘No woman no cry’.