ENTREVISTA

Kevin Johansen: "El trap es un género del que se aprende"

El inquieto músico argentino trae a la sala Barts su propuesta mestiza, expandida en su nuevo disco, 'Algo ritmos'

Kevin Johansen, fotografiado este lunes en Barcelona

Kevin Johansen, fotografiado este lunes en Barcelona / periodico

Jordi Bianciotto

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Kevin Johansen, músico panamericano por excelencia, argentino nacido en Alaska con etapas vividas en Nueva York y Montevideo, refina y expande su cancionero en ‘Algo ritmos’, el disco que trae este martes a la sala Barts, dentro del Grec. Actuará al frente de un imponente quinteto completado por Matías Cella, Kassim, Enrique ‘Zurdo’ Roizner y Maxi Padín.

¿Un disco particularmente influido por el actual rumbo del mundo?

‘A full’, sí, mucho. Un poco a lo ‘Sign ‘O’ the times’, de Prince. Para que con la edad uno va teniendo la necesidad de poner más claro el objetivo, y el disco habla del cambio de paradigma: en las relaciones, en el amor, respecto a la tecnología... En ‘Pobre millonario’ hablo de cómo podemos encerrarnos en nuestra comodidad, sin darnos cuenta de que estamos construyendo un muro, y en ‘La gente más linda’, de la belleza y de la imperfección en tiempos de Instagram.

¿Crítica más suave que demoledora?

No creo en la demagogia, en tirarte el palo por la cabeza. Yo sugiero, pero diría que es una mirada más profunda. La libertad artística es lo más importante. Cuando veo a un artista que se encierra en su celda estética me da mucha pena. A veces un productor le dice a su artista: “te salen bien los boleros, quédate con eso”. Y a lo mejor el tipo quiere hacer un tango o una rumba, y él no le deja. En los conciertos, para mí siempre hay tres patas: conseguir la emoción, algún tipo de reflexión, y luego el baile, que me despierta mucho respeto. El cuerpo es nuestro primer instrumento. Mi madre me decía que yo de muy pequeño, en Alaska, bailaba el ritmo de la lavadora.

El mundo cambia. ¿Lo hace también su música?

Por supuesto. Se trata de ser permeable a los tiempos que uno vive. Yo soy de la generación posterior a los que eran condenados a prisión o asesinados por escribir una canción. No me lo tomo livianamente. Pero decía el ‘Negro Rada’, el uruguayo: “no seas un ‘cansautor’”. Y no puedo cantar sobre las mismas libertades que cantaban Serrat, León Gieco, Víctor Cara, Charly García, Gilberto Gil... Yo puedo cantar a las nuevas libertades a conseguir gracias a todos esos animales de la canción que me precedieron.

En ‘Algo ritmos’ se percibe una vez más el influjo de Brasil. Hace unas semanas perdimos a João Gilberto. ¿Una influencia importante?

Brasil es un gran imperio musical, y en Buenos Aires tenemos Sao Paulo a dos horas y 45 minutos de avión. Como guitarrista, aprendí un montón armónicamente gracias al maestro João. En los 70, todos mis amigos tenían discos de Maria Bethânia, Gal Costa, Gilberto Gil... En los 80 descubrí a Paralamas, y redescubrí a Caetano (Veloso) y su madeja sencilla, de guitarra y percusión, que me cautivó. Y cuando me fui a Nueva York, en 1990, donde fui a parar había un disco de João Gilberto, ‘Live in Montreux’, donde está su versión de ‘Menino do Rio’, de Caetano, que es incluso más bonita que la original. Me la aprendí, y eso, con 25 o 26 años, fue como abrir la caja de Pandora.

Llama la atención que un género moderno, la bossa nova, lo definiera un músico que era más intérprete que compositor.

Eso es muy interesante: como Sinatra con el ‘songbook’ norteamericano, o ‘la negra’, Mercedes Sosa, con el folclore latinoamericano. Un gran intérprete que consigue leer un género de un modo tan personal que atraviesa las composiciones de distintos autores. Su toque, su mirada, definieron un género.

En ‘Algo ritmos’ colabora el ‘clan Drexler’: Jorge, Daniel y Leonor Watling. Se adivina ahí una sensibilidad compartida.

Sí, hay una afinidad ética y estética. ¡Todavía quiero que Jorge me enseñe un par de cosas del candombe y de la cosa rioplatense! Generacionalmente, coincidimos en reconocer una herencia y en querer ponerle nuestra impronta.

Jorge Drexler y usted nacieron el mismo año, 1964 y, aunque él comenzó a grabar discos antes, su proyección popular les pilló a ambos entrada la treintena.

¡Es verdad! Fuimos la generación condenada a ser alternativa. Terminamos demostrando que se podía llegar a ser popular y comercial a través de ese otro canal. Un camino más lento. Y conseguirlo a una edad más tardía que los 20 años te baja a la tierra y te hace reírte un poco de la notoriedad. Porque es gracioso ver a un hombre de 50 años comportándose como si tuviera 25. A mí eso me paso durante un tramo, en los 40.

¿En qué sentido?

Bueno, uno se pierde un poco en el cóctel de las tentaciones... Las giras, los viajes, la gente... Siempre he pensado que si me hubiera tocado a los 20 habría sido un gilipollas absoluto. Habría perdido la brújula muy fácilmente. Puedo entender que a alguien muy joven le pueda ocurrir.

En sus canciones siempre ha tocado muchos géneros latinos tradicionales. ¿Qué le parecen los ritmos urbanos modernos, como el reguetón?

No siento ningún rechazo hacia él, porque en Nueva York en 1990 descubrí el dancehall jamaicano en todo su esplendor, con Yellowman y Shabba Banks. Y el reguetón es hijo de todo aquello en castellano, empezando por El General. Vi un poco aquella evolución y la entendí. Y ahora, su hijo, el trap, ha salido como algo más apaisado, más hasta depresivo, reflexivo, sensual... Y siempre me llama la atención cómo está producido un género, ver qué cabeza hay ahí detrás. Cómo se cristaliza, cuáles son los elementos, los arreglos...

El reguetón y el trap despiertan pasiones y fobias, y el “esto no es música” recuerda de un modo inquietante los improperios que recibió el rock and roll en los años 50.

En el último tema del disco, ‘La gente más linda’, trapeo y rapeo, y digo eso: “antes los tangueros se quejaban de los rockeros / y ahora los rockeros se quejan de los traperos / pero no seas talibán del buen gusto / La gente que vive con miedo, qué miedo me dan, no dan pal susto...” El trap es un estilo del que se aprende: mi hijo de 11 años me dice ‘escucha eso’. Y a la vez vio la película sobre Queen y le encantó, y toca ‘Bohemian rhapsody’ al piano. Trato de mantenerme lo más abierto posible. Aunque en mi último cumpleaños me regalaron un vinilo de Elis Regina y otro de la orquesta de Count Basie, y eso es lo que escucho en casa.

¿Algún artista de trap que le gustaría destacar?

En Argentina ha habido un ‘boom’, y personajes como Paulo Londra, Duki, Ca7riel o Paco Amoroso son muy interesantes. Hay incluso convergencia del trap con el jazz y el rock progresivo, y son chicos de 20 años. Mi hija Miranda, de 22, ha sacado un disco, ‘Fata morgana’, y tiene algo de urbano y de folk y otros géneros. Y en los músicos que están con ella hay una calidad, y una cantidad de información que manejan... ¡Chapeau! ¡Ojalá yo lo hubiera tenido tan claro a su edad!