BALLET
Un Quijote uruguayo baila en Peralada
El Ballet del Sodre debuta en el Festival de Peralada con una coreografía de Blanca Li
Pablo Meléndez-Haddad
Pablo Meléndez-Haddad
El debut en Peralada del Ballet Nacional Sodre de Uruguay demostró la buena salud de este género en ese país. Lo hizo aportando una visión moderna de un clásico de la literatura muy versionado en la danza como es ‘Don Quijote de La Mancha’, de Miguel de Cervantes, cuyos personajes siempre dan para un buen guion teatral.
La compañía uruguaya que, junto al Ballet de Santiago de Chile y al del Teatro Colón de Buenos Aires, es una de las más respetadas de Suramérica en el campo clásico y neoclásico, se atrevió a venir a España con un tema español, pero con el aval de que el director del Ballet es el vasco Igor Yebra y que la coreógrafa del montaje es la granadina Blanca Li. Todo ello aderezado con acentos de arraigo uruguayo, como es el hilo conductor de este ‘Quijote del Plata’, que nace a orillas del gran río que desemboca en el Atlántico. La obra narra las peripecias de Don Quijote en determinados capítulos de la gran novela de caballería nacidas en los sopores de la agonía del bibliógrafo y escritor uruguayo Arturo Xalambrí, un personaje real que en vida recopiló una de las más grandes colecciones cervantinas de América.
Color y vitalidad
Las 11 escenas que vertebran la obra, con un amplio abanico musical –enlatado, de Telemann a Glinka– y con el guion de Santiago Sanguinetti, brotan de la lectura que una hija le hace en su lecho de muerte a Xalambrí, en cuya imaginación cobran vida los personajes de la novela, desde un Quijote vital y vigoroso encarnado por un recio Damián Torío hasta el simpático y nada panzudo Sancho de Kauan Soares. Ambos se marcan unas escenas de compañerismo de mucha acrobacia y colorido, mientras que el Xalambrí del también muy seguro Sergio Muzzio no dio muestras de estar enfermo sino hasta la última escena, ya que su baile es siempre activo y vitalista, muy bien acompañado de una Paula Penachio, de elegante línea y giros seguros, como su hija.
El lenguaje coreográfico de Blanca Li, que descansa en muchos momentos en elementos como lanzas, espadas, velos y tutús –un vestuario muy imaginativo de Hugo Millán, autor también de la funcional escenografía–, es lo mejor del espectáculo, con escenas que sorprenden –los molinos de viento, la entrada de Quiteria, las espectacular peregrinación de la señora Belerma y sus doncellas– y otras algo menos atractivas. Sí, faltaron momentos de virtuosismo y un gran ‘pas de deux’, como el que podrían haber tenido a su cargo Quiteria –una grácil Mel Oliveira– y Basilio –Brian Waldrep– después de burlar al rico Camacho del poderoso Gustavo Carvalho.
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