ENTREVISTA

Rick Astley: "Soy un buen cantante, pero no soy Stevie Wonder ni Marvin Gaye"

El cantante y compositor británico disfruta de su segunda juventud con una gira que le trae al festival Jardins de Terramar, de Sitges

El cantante británico Rick Astley en Berlín, el pasado año.

El cantante británico Rick Astley en Berlín, el pasado año. / periodico

Jordi Bianciotto

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Cuando, en el 2015, Rick Astley salió de gira casi como un espectro del pasado, ni él mismo sabía que aquella gira de ‘revival’ era el comienzo de una segunda juventud. Su disco de regreso, ‘50’ (2016), fue número uno en ventas en el Reino Unido, y ‘Beautiful life’ (2018) ha seguido esa estela ampliando así su repertorio de éxitos de los años 80 y primeros 90. Su nueva gira incluye una única cita en Catalunya, este domingo en el Festival Jardins de Terramar, de Sitges.

En los últimos cuatro años ha protagonizado una auténtica resurrección. ¿Qué balance hace de este regreso?

En el Reino Unido es algo muy fuerte: ¡con ‘50’, mi nombre se situó en las listas allí arriba junto con Adele y Coldplay! Desde una perspectiva europea, es distinto: en España, Francia o Alemania los conciertos son más íntimos y por la calle solo una de cada mil personas me reconoce. Aunque España es un caso aparte: tengo muchos fans allí, y fue el primer lugar donde canté temas de ‘50’, antes de que saliera el disco.

Se refiere a conciertos como el de Barcelona (Apolo), en septiembre del 2015. El repertorio fue nostálgico, pero en sus siguientes visitas, dos veces a la sala Barts, cada vez han pesado más las canciones nuevas. ¿Se ha planteado la meta de construir una nueva carrera?

¡Me sigue gustando cantar las canciones antiguas! Hasta hace cuatro años, mis ‘shows’ eran muy ‘retro’, nostálgicos. Festivales con ocho artistas de los 80, pero los disfrutaba mucho. Son divertidos. Algo sin pretensiones. Nunca he huido de mis viejas canciones. Sin ellas, no podría hacer los discos que hago ahora. Me dieron una base sobre la que trabajar. No creo que esté dando forma a una nueva carrera, pero sí a una nueva etapa.

‘50’ era un disco más bien adulto, con influencias góspel, mientras que ‘Beautiful life’ es más ligero y pop.

Es verdad. Creo que cuando hice ‘50’ seguramente quería contar cosas en las letras, cosas tristes incluso, sin esperar que miles de personas fueran a comprar el disco (ríe). No era consciente de lo que podía pasar. En ‘Beautiful life’, en cambio, ya había visto la reacción del público. Me había dado cuenta de que, más allá de la edad que se tenga, ya sean 50 o 60 años, la gente seguía queriendo bailar en los conciertos con ‘Together forever’ o ‘Never gonna give you up’, como cuando tenían 21. Sigo sintiéndome agradecido y orgulloso de que aquellas canciones tengan una pequeña plaza en la historia de la música. Quizá no un lugar preferente, pero una plaza al fin y al cabo. Y con ‘Beautiful life’ quise aportar más canciones que permitieran eso, bailar en los conciertos.

Una diferencia respecto a los viejos tiempos es que las nuevas canciones son suyas, no de compositores que escriben para usted.

Soy una persona madura, tengo una hija de 27 años, y aunque siga cantando las viejas canciones, no puedo evitar ser yo mismo. Sí, me gusta cantar mis propias canciones, y tocar todos los instrumentos, y grabar en mi garaje. He compuesto canciones para otra gente, solo por probar, y me lo he pasado bien, pero la sensación no es la misma.

Sus viejos éxitos los creó la factoría de compositores y productores Stock, Aitken & Waterman. ¿Era realmente como una fábrica?

Sí, en el sentido en que un mismo equipo de gente se dedicaba a hacer los mismos discos, día tras día. Como en otro tiempo Motown Records. Crearon sus discos, sus éxitos y su sonido.

¿Los ve a un nivel equiparable a unos Holland, Dozier & Holland, por ejemplo, autores de los éxitos de The Supremes?

Para mí hay una gran diferencia: Motown dio al mundo a algunos de los más grandes cantantes de la historia, como Mavin Gaye, Stevie Wonder, Diana Ross... La lista sigue y sigue. Gente cuyas voces eran increíbles. Stock, Aitken & Waterman pusieron el acento en la canción y en la producción.

¿No se ve usted entonces como un gran cantante?

¡No! Creo que soy un buen cantante, pero no soy Stevie Wonder ni Marvin Gaye. No hay discusión posible ahí. Y creo que es correcto y es saludable tener un respeto a cierta gente que simplemente es mejor que tú, ¿entiende? (ríe). No hay nada malo en decir eso. No es falta de ambición. Tengo mi ego, quiero ser todo lo bueno que pueda llegar a ser, pero no soy tan bueno como Stevie Wonder. Esto es así.

Da una imagen de artista que no ha perdido el mundo de vista. ¿Cree que la gente se identifica con esa actitud?

Vengo de una familia de clase trabajadora y eso te hace tener los pies en el suelo. Me gusta mucho el fútbol, y creo que uno de los problemas es ganar mucho dinero cuando todavía eres muy joven. Es algo que distorsiona tu manera de pensar y puede hacerte olvidar las razones por las cuales juegas a fútbol. La música, a veces, es igual.

¿Le ocurrió eso cuando triunfó en 1987 con su primer álbum, ‘Whenever you need somebody’?

Entonces no me di cuenta, me parecía fabuloso ser famoso. Pero cuando te ocurre algo así es difícil que puedas tener pensamientos y sentimientos normales sobre las cosas, porque nada en tu vida es normal. El dinero cambia las cosas, aunque yo no me daba cuenta de lo mucho que ganaba: estaba metido en el juego de la promoción. Aterrizaba en una ciudad, Barcelona, París o Nueva York, me metían en un bonito coche, daba entrevistas en programas de televisión, alguien me llevaba a un hermoso restaurante, no pagaba ninguna cuenta, me metían en otro avión y a la siguiente ciudad. Aunque gané mucho dinero, no llegaba a gastarlo. Fue cuando paré que me di cuenta: “¿y ahora, qué?, ¿qué voy a hacer?, ¿quiénes son mis amigos?”.

El síndrome de la estrella alejada de la realidad.

Tienes 21 años y estás todo el tiempo con gente de 30 y tantos, 40 y tantos... El ‘management’, los abogados, la gente de la discográfica... ¡Siempre acababa cenando con el director gerente, cuando lo que yo quería era ir a cenar con la chica de la oficina! Puede sonar estúpido, pero tardas en darte cuenta de estas cosas. Creo que todos los artistas jóvenes de éxito pasan por esto. Justin Bieber, por ejemplo. A ver, no es tan duro, pero sí que te preguntas: “¿quién demonios soy?”. Por eso las carreras pop no duran mucho, porque llega un día en que te miras al espejo y te haces esa pregunta.

Kylie Minogue salió también de la escudería Stock, Aitken & Waterman, y sigue en lo alto: ¿una excepción?

Cumplió también los 50 no hace mucho y estuve en su fiesta de cumpleaños. Le tengo un gran respeto como artista y también porque es una mujer. Ser mujer a los 50 en el pop es otra historia. Porque a todo el mundo le gusta pensar que es muy moderno y apoyar el ‘me too’ y todo eso, pero la verdad es que las cosas no siempre funcionan así. En el pop, la mujer tiene que ser prácticamente perfecta. Yo puedo decir: “¡hey, tengo 50 años, que os jodan!”. Los hombres podemos: si nos salen canas la gente dirá: “oh, se te ve tan distinguido...” Una mujer del mundo del pop se deja el pelo gris y... ¡oh, Dios mío!

En sus conciertos suele bromear con los maridos y novios “que son como sombras al fondo de la sala”. ¿Ha asumido que tener fans masculinos es una tarea complicada?

Es difícil de saber, aunque, para ser sincero, mis discos han tenido un impacto en los clubs gays. Obviamente, es música pop que se puede bailar. Pero es verdad que en los conciertos hay gente que no quisiera estar ahí, que ha venido acompañando a su mujer o a su novia, pero ya está bien ser consciente de eso. Porque es tan fácil pensar que eres genial porque todo el mundo te lo dice... Es como una droga.

Esta etapa ya está durando casi más que la original, que fue más o menos de 1987 a 1991. ¿Hace planes?

¡Es verdad! (ríe). Por ahora no sé qué voy a hacer. Disfruto del momento. Siento que es como si me hubieran dado una segunda oportunidad, cuando mucha gente no dispone ni siquiera de la primera. Con mi mujer, que ahora es mi mánager y viaja conmigo a menudo, nos hemos sentado a veces a tomar una copa de vino y comentarlo: “qué suerte tenemos de estar aquí”. Y mientras mi voz no falle, no dejaré de cantar. Aunque haya solo 20 personas en el público.