CRÍTICA DE LIBROS

'La idiota': tienes un e-mail

La escritora norteamericana de origen turco Elif Batuman.

La escritora norteamericana de origen turco Elif Batuman. / periodico

Sergi Sánchez

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Esta es la historia de un sufijo. En turco, el sufijo -mis indica que no has estado ahí, que no has presenciado lo que cuentas. En turco, pues, "siempre expresas el grado de subjetividad", explica Selin, alter ego de Elif Batuman en su primer año en Harvard, picoteando de cursos y seminarios en los que aprende, entre muchos saberes inútiles, los misterios de la lingüística. Selin tiene sangre turca y empieza a fascinarse por el ruso, su mejor amiga es serbia y su objeto amoroso es húngaro, un estudiante de matemáticas mayor que ella con el que mantendrá una fértil relación epistolar por correo electrónico, cuando el email era, a mediados de los noventa, una promesa para los románticos impacientes. Si Selin se rodea de otras lenguas posibles, es porque sabe que cada idioma determina una forma de pensar, y pensar es, después de todo, intentar entender un idioma que no es el tuyo.

Que 'La idiota' se atreva a citar a Dostoievski ya en su título debe darnos una pista de lo importante que es la literatura para Batuman. Rusófila convencida, como demostró en su colección de ensayos 'Los poseídos. Mis aventuras con libros rusos y la gente que los lee', la redactora del 'New Yorker' se cuelga tanto del lenguaje como su heroína, que se enamora de las palabras de un poema de Neruda -aquel que cuenta la seducción del átomo, que tiene que volver a ser "piedra ciega", quitarse la máscara y colaborar con la tierra- como una letra herida postadolescente, que no sabe distinguir el amor del verso libre.

Nada generacional

Hay una libertad contagiosa en 'La idiota', extraña para una primera novela. Es este un texto desacomplejado, que ajusta las costuras de la novela iniciática, en clave de ‘'coming of age' universitario, a las de una especie de Lena Dunham para tiempos predigitales, o lo que es lo mismo, a las de alguien que vive su narcisismo con una reserva casi decimonónica. Es de agradecer que Batuman no piense en sí misma como la voz de una generación sino en una chica que quiso vivir dentro de una novela, que confundió la vida y la ficción porque eso es lo que hacen sin saberlo los escritores de raza. A Batuman no le importa tanto el aparente desequilibrio de la estructura -dividida en dos partes, ralentizando la primera en el 'college', acelerando la segunda a partir de un viaje por Europa, de París a Budapest, con destino a Estambul- como la vitalidad de la escritura, a veces divertida a rabiar, aunque a veces uno tenga la impresión de que se repliega sin querer a las zonas oscuras de ese sufijo -mis que tanto parece preocuparle en su posición frente al mundo. ¿Cuáles son, pues, las tinieblas de 'La idiota'? No estar lo-suficientemente-allí, orbitar en la galaxia de la novela intelectual (o de la especulación platónica) cuando lo que se nos está contando aquí es un amor no tan correspondido como a Selin le gustaría. O tal vez es que de eso trata, en fin, la novela: del abismo que separa lo que creamos de lo que amamos. Eso que algunos llaman fantasía y otros imaginación.