CRÍTICA DE CINE

'Midsommar': pesadilla de verano

Estrenos de la semana. Tráiler de 'Midsommar'

Estrenos de la semana. Tráiler de 'Midsommar'. / periodico

Quim Casas

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Ha tardado poco más de un año Ari Aster en rentabilizar la extraordinaria acogida que tuvo su primer largometraje, 'Hereditary', estrenado en junio del 2018. 13 meses después ya tiene estrenado el segundo, 'Midsommar', cuya mejor virtud es que se distancia abiertamente del anterior: Aster no intenta en ningún momento repetir la jugada que tan bien le funcionó en aquella película sobre familia desestructurada y apariciones fantasmales, y su tratamiento del horror es bastante distinto en 'Midsommar'.

Aquí el escenario es una comunidad sueca instalada en una remota aldea, lejos de los hombres y de sus ideas mundanas. Medio sociedad hippy, medio secta, realiza cada 90 años el festival de verano que da título al filme. Uno de sus acólitos, estudiante en Estados Unidos, se lleva con él a la pareja protagonista. Su crisis personal se instala en la particular forma de salvaguardar las costumbres y celebrar la vida y la muerte que tienen en esta comunidad.

Si hay terror, es siempre sugerido, climático, atmosférico. Aster es muy bueno en esto: un movimiento de cámara, una mirada, un cuerpo caído, un sonido o una silueta entrevista son más que suficientes para ir agigantando el ambiente de pesadilla requerido. Pero el filme es también discordante con el retrato de esta comunidad naturista y ancestral. Es una película incómoda, sin asideros a los que agarrarse, mejor en el recuerdo, por lo que sugiere a posteriori, que en la experiencia de su visión, tan extraña como los personajes que habitan sus imágenes.