RING LITERARIO

Cheever & Irving contra JP Donleavy

Donde dos autores 'serios' tienen la desgracia de topar con un disidente bocazas envuelto en tweed

John Cheever, John Irving y JP Donleavy.

John Cheever, John Irving y JP Donleavy. / periodico

Kiko Amat

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A principios de los 70, John Cheever y John Irving coincidieron en el ilustre taller literario de Iowa City. Allí, según relató Irving, daban clase, “comían pasta casera” juntos y veían fútbol por la TV. O al menos Cheever lo hacía, mientras Irving le contemplaba babeando y tomando notas (esto es mi teoría).

En mitad de ese ambiente de colegueo (100% machote), cierre de filas y celebración del escritor pollavieja en chinos caqui apareció JP Donleavy. Y fue como si Ru Paul hubiese aterrizado en mitad de un congreso nazi en Nuremberg.

Irving, autor subalterno por naturaleza, se lo hizo encima al ir a buscar a Donleavy al aeropuerto. Para empezar, JP apareció vestido como un príncipe exiliado de los Romanov, “traje de tres piezas” y bastón incluido (Irving, que vestía como un gestor de hacienda en viernes informal, confesó haberse “irritado” por el bastón).

En lo que se tarda en decir 'gurp', JP ya había eructado que “no leía a ningún autor vivo” y que consideraba los talleres literarios “una gran pérdida de tiempo”. Cuando le presentaron a Cheever, Donleavy no solo no hizo lo que Irving esperaba (postrarse, llorar, pedir un autógrafo, intentar felarle) sino que ni le miró y siguió con sus paridas. Al undécimo desplante, Cheever, cuyo trasero no estaba preparado para esa privación de besuqueo, le espetó a Donleavy que “ningún gran autor de narrativa se había comportado como un cabrón con otro; excepto Hemingway, y estaba loco”. Luego, a modo de rebota y rebota y en tu cara explota, los dos se saltaron la charla de Donleavy y se fueron al bar a comadrear sobre si JP era “un autor menor, un mierda, un loco, o las tres cosas”.

Cuando Irving publicó su versión de lo ocurrido, Donleavy contestó con una carta de acidez ulcerante (“viniendo de alguien que solo viste para estar cómodo y abrigado, su referencia a mi traje es toda una sorpresa”), que el primero replicó con un nuevo plañido victimista y usted-no-sabe-con-quien-está-hablando.

Mi veredicto: JP Donleavy tal vez fuese un bocas y un notas, pero ni Cheever era San Cristobalón (en esa época era más conocido como borracho y tira-cañas mayor), ni el taller de Iowa City era un santuario de libertad, más bien un cuartel de la ortodoxia literaria institucional donde se castigaba cualquier disidencia (y ser mujer; pero ese es otro tema). Donleavy se negó a firmar el contrato de vasallaje con la "comunidad de escritores”, así como a rendir pleitesía a nadie. Bien por él.