ARTÍFICE DE LA TRANSFORMACIÓN CULTURAL ESPAÑOLA

Los 50 años de la editorial Tusquets

Juan Cerezo y Beatriz de Moura, fotografiados este miércoles en Barcelona

Juan Cerezo y Beatriz de Moura, fotografiados este miércoles en Barcelona / periodico

Elena Hevia

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Hace 10 años Beatriz de Moura y su pareja, Toni López Lamadrid, celebraron el 40 aniversario de la editorial Tusquets, el sello que la editora brasileña fundó con su entonces marido, el arquitecto Oscar Tusquets. Aquella fiesta, muy hermosa, porque se celebraba en los jardines del palacete, un lugar de ensueño con jardín, balconada y estanque y perro, que albergaba la sede del sello. A la belleza no fue ajena un chejoviano aroma melancólico tras el convencimiento de la pareja de que aquel sería para López de Lamadrid el último verano. Lo fue, murió en septiembre. Pero más allá de aquello también fue una despedida a un espacio, a un estilo de izquierda exquisita, a una manera de hacer libros gozosa y un tanto bohemia, que culminó  en la venta de la editorial de Milan Kundera, Marguerite Duras, Henning Mankel, John Irving, Haruki Murakami, Almudena Grandes, Javier Cercas o Fernando Aramburu a Planeta y a soltar las riendas poco a poco.

Esta noche otro festejo de cifra redonda y significativa, medio siglo, intentará emular aquella otra celebración acogiendo a editores internacionales, autores y libreros, dando cuenta de que pese a las transformaciones ya dentro del gigante editorial, Tusquets, ha sabido mantener su carácter. Su actual director editorial, Juan Cerezo, que se formó en Tusquets y que durante muchos años fue la mano derecha de De Moura, menciona que la transición ha sido poco intervencionista de parte de Planeta y por lo tanto nada traumática: “porque el equipo seguimos siendo los mismos y lo somos desde hace muchos años”.  

Tusquets es como Anagrama –que este año también apagará 50 velas-, hija directa de aquella Gauche Divine que en Barcelona intentaba casar el glamur con la irreverencia política. Quizá Tusquets se apropiara algo más del glamur y de un mayor espíritu lúdico que el sello de Jorge Herralde, nacido bastante más politizado pero eso no fue óbice para que Tusquets dentro de sus legendarios Cuadernos Ínfimos lanzara los textos que había que leer sí o sí en lo referente a temas que entonces –y todavía hoy- preocupaban como los primeros textos de reflexión queer, sobre nuevas formas de convivencia del hippismo comunitario, la entonces pujante antipsiquiatría o directamente textos de Marx y Bakunin. Y eso sin olvidar una colección de corto recorrido llamada Acracia. Y es que Beatriz de Moura se identificó antes con el espíritu anarquista que con el dogmatismo comunista.

La editorial, en sí, nació de un duelo de reinas. Beatriz trabajaba en Lumen a las órdenes de la hermana de su pareja, Esther Tusquets, hubo pique entre ambas –las dos gastaban no poco carácter- y fue fulminantemente despedida de aquel sello. Aquello fue la semilla para crear uno nuevo. Sin el menor interés o habilidad para los números, el primer año todo lo que podía salir mal salió mal, hasta que un golpe de suerte, en 1970, hinchó las velas del negocio. Un seductor Gabriel García Márquez, gran amigo, encumbrado en sus 'Cien años de soledad', se saltó todos los protocolos editoriales y le regaló un libro único, una serie de reportajes aparecidos en la prensa colombiana, que desde entonces no ha dejado de vender millones de ejemplares. ‘Diario de un náufrago’ fue el inicio de una tendencia que Tusquets siempre ha tenido: un incontestable éxito en un título carismático que acapara las ventas, llámese ‘La insoportable levedad del ser’, ‘El amante’, ‘Soldados de Salamina’, ‘Tokio Blues’ o ‘Patria’.

“Cuando Gabo me ofreció ‘Diario de un náufrago’ la editorial estaba situada en la cocina de un piso de 70 metros cuadrados donde vivíamos cuatro personas. Con solo 96 páginas ese libro contribuyó al largo futuro que ha tenido Tusquets", recuerda De Moura. Ella se atiene casi a un secreto de confesión a la hora de revelar las magníficas y largas conversaciones que mantuvo con autores como Milan Kundera –que ha sido fiel al sello a lo largo de los años- o cuando por teléfono escuchó la voz ronca marcada por el alcohol de Madame Duras, otra mujer nada fácil. “Los intercambios de opiniones entre los autores y el editor son uno de los tesoros que los escritores suelen preservar de por vida como parte de su aprendizaje y a menudo, de una forma u otra, se filtran en sus escritos”.

Estos 50 años la pluralidad de propuestas ha sido ingente. Por el camino se quedó una colección como ‘La sonrisa vertical’, comandada por un pornógrafo de pro como Luis García Berlanga, cuyo premio descubrió con ‘Las edades de Lulú’ a Almudena Grandes. En estos tiempos de facilonas sombras de Gray, una colección que reunía a Bataille, el Marqués de Sade o a Mario Vargas Llosa y su ‘Elogio de la madrastra’ serían hoy impensable. En los 80 se fletó el buque insignia de la editorial, la colección Andanzas de narrativa donde se descubrió a Luis Landero, Fernando Aramburu, Javier Pérez Andújar u Antonio Orejudo y una década más tarde, apuesta personal de López Lamadrid, Tiempo de Memoria, que se afianzó con el Premio Comillas de Historia, biografía y memorias. A la que hay que añadir  la colección Metatemas, dirigida por el añorado Jorge Wagensberg , o los Nuevos Textos Sagrados de poesía, a los que hay que añadir las versiones en catalán de los grandes éxitos o algunos textos originales, que se abrirán en un futuro a una nueva colección de no ficción, Condición Humana. El futuro está ahí en esos libros que Cerezo define como “literarios aunque no demasiado solipsistas, que mantengan el placer de leer y para los que el lector tiene su importancia”.

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