CRÍTICA DE DISCO

Bruce Springsteen, con vistas a la gran América

El cantante de New Jersey entrega un cancionero cálido y majestuoso en 'Western stars'

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Jordi Bianciotto

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Nunca había transcurrido tanto tiempo, cinco años, entre un disco de Bruce Springsteen y el siguiente, pero tras ‘High hopes’ (2014) llega ahora, por fin, ‘Western stars’, y si siempre habíamos podido afirmar que todos los álbumes del autor de ‘Born to run’ eran marcadamente distintos entre sí, este lo es todavía, si cabe, un poco más. Un paquete de canciones de distancia corta y amplios horizontes, recogido pero confortable, que evoca una sonoridad esbelta de otros tiempos enfundado en una bella portada con un caballo de piel reluciente y vistas a la gran América.

Springsteen llega hasta aquí tras la travesía depuradora de su libro de memorias y de los catorce meses de confesiones autobiográficas en Broadway. A punto para cumplir los 70 (el 23 de septiembre) y listo, todo apunta, para una nueva campaña mundial con la E Street Band, no habla ahora tanto de él mismo, o quizá sí, pero a través de otras figuras, de personajes que entroncan con la narrativa de álbumes como ‘Nebraska’ (1982) o ‘The ghost of Tom Joad’ (1995). Caminantes y vagabundos, corazones rotos y voluntades redentoras, cantos de soledad y testimonios de infelices que logran salir del pozo. Todo ello, transfiriendo un aura de grandeza al imaginario de la América despoblada.

Metales exóticos

En contraste con aquellos discos un tanto espectrales, o del un poco más cromático ‘Devil’s & dust’ (2005), Springsteen se acoge aquí a una estética musical inédita en su catálogo, a medio camino entre un pop de autor con ecos del ‘easy listening’ de finales de los 60 y principios de los 70  y el influjo del country más paisajístico, todo ello bañado por elegantes orquestaciones. Todo ese panorama tan solo se insinúa en la canción de apertura, ‘Hitch hikin’’, invitación a la ‘road movie’ que está por venir, con banjo y violines, y se alza con esplendor en el siguiente tema, ‘The wayfarer’, sobre todo cuando a medio trayecto irrumpen unos metales dignos de Herp Alpert y su Tijuana Brass, a los que se suma luego un coro femenino heredero de las producciones de Burt Bacharach.

‘Western stars’ transcurre a partir de ahí entre el medio tiempo cálido de la canción que le da título y las dinámicas edificantes: ‘Sundown’, con su ‘crescendo’ peliculero con guante de seda. Con el desvío ligero de ‘Sleepy Joe’s café’, provisto de acordeón y de un estribillo juguetón. El álbum reserva cartas valiosas en su tramo final, con ese majestuoso ‘There’s go my miracle’, el bucle encantado de ‘Hello sunshine’, salpicado por el steel guitar, y la crepuscular ‘Moonlight hotel’.

Bruce Springsteen, dando un enfoque sonoro distinto a su arte de la canción, evocando el imaginario de voces de otra era como Glen Campbell, Harry Nilsson o Jimmy Webb (o acercándose, quizá por casualidad, a los Lloyd Cole & The Commotions de ‘Rattlesnakes’) y conectando a la vez con su esencia. Obra luminosa, en la que se crece como cantante y evita efectismos y ejercicios puristas o radicales con un repertorio sensible, quizá incluso demasiado para estos tiempos tan propensos a premiar a quien brinda sensaciones fuertes.