CRÓNICA

Mariah Carey, diva y princesa en Pedralbes

La cantante neoyorkina debutó en Barcelona tras casi 30 años de carrera combinando su extralarga lista de 'hits' con piezas de su reciente 'Caution'

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Jordi Bianciotto

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Mariah Carey era una de las estrellas de larga duración que se resistían a actuar en Barcelona, hasta que este lunes el Festival Jardins de Pedralbes se marcó el tanto. Noche de privilegio para los seguidores de la diva neoyorkina, que acaso pudieron disfrutar del concierto de sus sueños: más cerca de lo común, dado que Carey suele ser plato de recintos de mayor aforo, y afrontando un repertorio de clásicos de toda su carrera (y no como el pasado diciembre en Madrid, donde ofreció un recital de temática navideña rico en factor ‘kitsch’).

Estamos hablando de la cantante de los 18 números uno en las listas estadounidenses, once de los cuales interpretó en Pedralbes alternados con contadas citas a su última obra, ‘Caution’, razonable ejercicio de r’n’b intimista. Carey como sinónimo de poderío industrial y presencia reluciente en el escenario (hasta cinco vestidos, del lamé dorado al modelo con líneas lumminosas y la lentejuela color esmeralda), con la medida tomadísima del concierto, encantada de conocerse, presumiendo de tonos altísimos y brillando entre las coreografías de sus cinco bailarines.

Caoba discotequera

Una de las nuevas canciones, ‘A no no’, abrió la sesión (casi 25 minutos de retraso) con un ‘mid-tempo’ negro con barnices electrónicos que bañaron buena parte del repertorio, sobre todo el más escorado hacia el r’n’b. En algunas piezas se recreó incluso en las versiones alternativas para la pista de baile, como en ese ‘sweet club mix’ de ‘Fantasy’. Viaje hasta casi los orígenes con ‘Emotions’, y los primeros baladones con ‘One sweet day’, que cantó flaqueada por dos coristas, y ‘Always be my baby’. “Esta la escribí con mi amigo Jermaine Dupri”, apuntó. Sí, a veces se olvida que Mariah Carey es autora o coautora de la mayoría de sus éxitos.

Declaraciones de amor desde las primeras filas. “¡Te amo mucho!”, replicaba ella, sin extenderse más en el español pese a sus ancestros venezolanos. Secuencia de canciones muy calculada, ensamblando fundidos e introducciones, y presentaciones escuetas con extraños trazos de vacilación. “Nunca estoy segura de si la gente conoce una canción”, deslizó ella, la voz de tantos ‘hits’ globales, en medio de ese guion que combinó las profundidades baladísticas (el dramático ‘crescendo’ de ‘Love takes time’, de su primer álbum, ‘Mariah Carey’, de 1990) con cierta algarabía ‘disco’: la banda sonora de ‘Glitter’, que bordó envuelta en una boa de plumas, con los bailarines en patines y vistiendo monos plateados con casco de motorista, y que incluyó su asalto a ‘Last night a dj saved my life’, de Indeep.

Con colores pastel

Para el tramo final, la poderosa, aunque aquí algo faltada de músculo, ‘Heartbreaker’, de su álbum posdivorcio ‘Rainbow’ (1999), en la que reservó sus más altos trinos, y ‘Touch my body’ y ‘We belong together’, poniendo en pie al público y con docenas de móviles tratando de capturar los ‘highlights’ de la noche. Y ya en el bis, la Carey de colores pastel, vestida de princesa y recorriendo las cumbres épicas de ‘Hero’ con la fachada del palacio de Pedralbes invitando a pensar en un castillo ‘disneylandiano’.

Aún hubo margen para una última propina, ‘Without you’, el clásico de Badfinger que hizo suyo Harry Nilsson y que ella llevó de nuevo a las listas en 1994. “La canción más matadora de todos los tiempos”, como la bautizó Paul McCartney, cerrando un concierto que, en su recorrido concentrado y algo breve (apenas rozó la hora y 25 minutos), fue un buen reflejo de todo aquello que Mariah Carey ha representado desde hace casi 30 años.