HOTEL CADOGAN (1)
Oscar Wilde o la cola del pavo real
El establecimiento donde detuvieron al dramaturgo de origen irlandés en 1895 reabre tras una rehabilitación millonaria
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
Me invitan a hablar de libros y aledaños en esta confortable alcoba, y como el espacio debe tener un nombre, me viene a la cabeza el epígrafe de Hotel Cadogan, quizá por el encanto de los hoteles decadentes y porque en él, en la habitación 118, detuvieron a Oscar Wilde, acusado de “sodomía y grave indecencia”, en las postrimerías de la época victoriana. Buscando qué había sido del Cadogan, en el barrio londinense de Chelsea, me entero de que ha reabierto hace pocotras una rehabilitación millonaria. Los propietarios han bautizado el dormitorio del arresto como la Suite Royale, y aseguran que el espíritu del dramaturgo de origen irlandés perviveen el tapizado púrpura de las butacas -del mismo color que sus esmóquines- y en el pavo real a la entrada del comedor, en cuya cola desplegada brillan 25.000 cristalitos de Swarovski.Pobre Tío Oscar. Le encantaban los pavos reales, quizá porque él también lo era, un ave vanidosa envuelta en un abrigo de astracán.
Wilde vivía con su mujery sus dos hijos a unos 10 minutos a pie del hotel, donde tenía un ‘pied–à–terre’. O sea, si la noche se alargaba, echaba una cabezada en el Cadogan, madriguera de las celebridades del momento. El 6 de abril de 1895, en cuanto concluyó el penoso proceso judicial a que le condujo su relación con un joven aristócrata, regresó al hotel y se atrincheró en su habitación a esperar: dos policías de paisano aparecieron a las seis y veinte de la tarde para llevárselo. Se dejó coger, a pesar de que sus amistades le habían aconsejado que se largara a Francia, donde la homosexualidad no constituía delito.
Nunca me cayó bien el amante, Lord Alfred Douglas, un poetastro petimetre que utilizó al Tito Oscar en su pelea a muerte con el papá, el marqués de Queensberry. Y sin embargo, aunque el paso de ‘Bosie’ por la vida de Wilde fue una catástrofe, el tránsito propició, si no la mejor, al menos una de sus obras más exquisitas: ‘De Profundis’, una larga carta de amor redactada desde la prisión de Reading. “Veo ahora -escribió- que el dolor, por ser la emoción suprema de que el hombre es capaz, es a la vez el tipo y la prueba de todo gran Arte”. ¿Adónde habría llegado su voz de no haber muerto de meningitis dos años después de su excarcelación?
El final de las líneas me coge pensando en cuánto costará en la barra del Cadogan una copa del aperitivo favorito de Wilde, el ‘hock and seltzer’(vino blanco del Rin mezclado con soda). A Dorian Gray también le encantaba.
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