Crónica teatral

Un 'Dogville' de perfil bajo en el Lliure

El esquematismo de la versión de Sílvia Munt queda lejos del vuelo que alcanzó el aclamado filme de Von Trier

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José Carlos Sorribes

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De la aclamada 'Dogville' (2003), de Lars Von Trier, siempre se ha resaltado una teatralidad 'brechtiana' por una desnudez que lo ponía todo en manos de los actores. Ahí brotaba el peso de una película de severa carga moral, a veces insoportable, y que transmitía a bote pronto una crítica acerada al universo moral de los Estados Unidos. Un país nacido, no lo olvidemos, del impulso de colonos a la conquista del lejano oeste.

Sílvia Munt, con el apoyo de un socio tan solvente como Pau Miró, ha presentado en el Lliure de Montjuïc su versión del filme del genial director danés. Lo hace bajo el mismo título, pero huyendo de ese entorno concreto con el añadido de 'Un poble qualsevol', o sea de aquí al lado. La apuesta de Munt y Miró, comprensible y lógica a priori, no acaba de cuajar, sin embargo, por un esquematismo y un conflicto que si en el filme de Von Trier quedaba bien expuesto aquí no.

La austeridad escénica de Von Trier contrasta también con la panorámica escenografía de Max Glaenzel, coronada con un fondo de proyecciones acerca del mundo exterior. El interior es el punto de encuentro de los vecinos de ese 'poble qualsevol'. Es el bar o casal, también centro cívico. El espacio comunitario, en definitiva. Allí llega una joven desesperada, asustada -Grace (Nicole Kidman) en la película y Vírginia (Bruna Cusí) en la obra- que huye de no sabemos bien qué o de quién. Encuentra refugio en el almacén del local y en el apoyo de Max (David Verdaguer), un joven aspirante a escritor de aire soñador.

Si el conflicto quedaba muy claro en el filme de Von Trier, en la obra no tanto por un excesivo esquematismo

Virgínia conoce, poco a poco, a sus nuevos vecinos en ese casal por donde entran y salen todos los personajes. De la aprobación y la acogida iniciales, de una elogiosa bondad, se pasa de forma casi fulminante al rechazo feroz, imagen nítida de la maldad, de quienes antes eran tan acogedores. La línea que separa ambas cualidades puede llegar a ser muy fina en el ser humano. ¿Por qué repudian a Virgínia de mala manera? Lo despierta la noticia, una 'fake news' de estos tiempos, de que le había robado una gran cantidad de dinero a ese tipo del que huye. Poca cosa parece para un cambio tan brusco por muy fina que sea esa línea ética. A la puesta de Munt, además, le falta continuidad y más energía.

Tampoco añade profundidad que los personajes sean demasiado esquemáticos. El recorte temporal, hora y media de duración (la mitad del filme), juega en contra del necesario poso para conocer más a esa gente del 'poble qualsevol'. Ni un potente reparto consigue variar la inercia con nombres como los de Anna Güell, Lluís Marco, Andreu Benito o Albert Pérez. Cusí muestra nervio, aunque la desesperación de Virgínia la lleva a un tono chillón y acelerado. Tampoco Verdaguer, actor de moda donde los haya, impulsa al pusilánime Tom. El resultado es que este 'Dogville, un poble qualsevol', no alcanza el vuelo que cabía esperar de uno de los montajes más llamativos del curso.