CRÍTICA DE LIBROS

Tres solitarios en una isla

En `Nou illes al nord¿ Mònica Batet mantiene su estilo y sus rasgos distintivos

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Vicenç Pagès

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El problema de Mònica Batet (El Pont d’Armentera, 1976) es que no tiene 20 años ni 60, es decir, que no puede acogerse a los dos grandes criterios de visibilidad de los escritores catalanes: la novedad o la consagración. ‘Nou illes al nord’ es la quinta novela que publica desde el 2006, todas ellas distintas pero a la vez con rasgos recurrentes: la ambientación nórdica o centroeuropea, la multiplicidad de puntos de vista, la incertidumbre que rodea los hechos principales, la ausencia de descripciones y la escasez de diálogos. Las novelas de Mònica Batet ni están de moda ni tocan temas espectaculares, pero revelan una perspectiva y un camino propios, que son la esencia de la literatura.

'Nou illes al nord’ narra la confluencia de tres personajes en un archipiélago que se adivina noruego en los años 60: un viajero profesional, la hija de una mujer abandonada y un hombre que huye de la guerra. La peculiaridad del libro es que conocemos sus vidas a través de testigos: una hermana, una amiga, un empresario, una confidente, un alumno -a los que hay que añadir el narrador final-. Cada uno proporciona una perspectiva parcial, antes o después de que se reunieran en la isla. En ningún momento, sin embargo, accedemos a la experiencia directamente. El relato, pues, resulta voluntariamente incompleto, repetitivo, no siempre coherente. Los hechos más relevantes se mantienen en la sombra.

Soledad, aislamiento, refugio

El trasfondo del libro es la insularidad: la soledad, el aislamiento, el refugio. Podemos añadir los prejuicios, los malentendidos, los errores, los azares, los destinos. ‘Nou illes al nord’ combina la complejidad estructural con la sencillez lingüística. Pese a la aproximación indirecta, los protagonistas no son difíciles de entender porque cada uno tiene una obsesión inalterable, que es justamente lo que le lleva a la isla. Estas personalidades unidimensionales acercan la novela a la literatura juvenil, que la autora ya ha cultivado.

El rompecabezas de narradores está bien construido, pero cuesta diferenciar sus voces. El narrador final, que une los nudos, deja implícitas algunas escenas decisivas. Mònica Batet mantiene sus reticencias al sentimentalismo explícito: tanto ella como sus personajes prefieren callar lo esencial. Este estilo, que el lector impaciente encontrará demasiado opaco, es su rasgo distintivo y su defecto comercial.