LA GRAN CITA MUSICAL DEL FÒRUM

El Primavera Sound arranca como una fiesta sin consignas

El festival echó a andar con un despliegue que cubrió desde el electro-pop correográfico de Christine and the Queens hasta el rock con pedigrí de Courtney Barnett y Stephen Malkmus

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Jordi Bianciotto

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El lema del Primavera Sound de este año, ‘the new normal’, entendido como una superación de categorías y de fronteras jerárquicas, se manifestó en una primera jornada que combinó como nunca géneros y estéticas en otros tiempos separadas por trincheras. Estos son “tiempos en los que puedes inventar cualquier cosa”, resumió en el escenario la francesa, de Nantes, Héloïse Adelaide Letissier, el alma y el rostro de Christine and the Queens, grupo que desplegó un colorista ‘show’ electro-pop (“¡esto es una fiesta!”),con bailarines y niebla carbónica digno de un plató televisivo de los 80, en contraste con el crudo rock de autor de Courtney Barnett y de otras propuestas que fueron del folk al indie-rock pasando por el pop de fantasía y el rock’n’roll garajero.

El 19º Primavera fue saludado por multitudes que ocuparon hasta su último confín, los escenarios con vistas a la playa (y a la desmantelada térmica de Sant Adrià). Primavera tropical e industrial, y un desfile de figuras con madera de estrellas y de almas de cántaro que tocan mirándose los zapatos. En la primera categoría, la andrógina Christine: corte de pelo a lo ‘garçon’, entre Marc Almond y Barbara, camisa roja anudada en la cintura, pantalón negro, porte erguido de ‘vedette’ desde la primera canción, ‘Comme si’, que avanzó a golpe de euro-pop sintetizado, junto a cinco bailarines con coreografías ‘camp’.

Un verbo airado

En contraste con el polvo de estrellas de Christine (que lanzó un guiño a Bowie con ‘Heroes’), una Courtney Barnett que demostró que el rock puede ser todavía un artefacto áspero, vehículo de descarnadas historias personales. Pase expeditivo de la australiana al frente de un trío, citando sus dos álbumes (canciones como ‘Nameless faceless’, en torno a la violación), con su voz con un punto indolente y engrasadas dinámicas instrumentales. Ahí, en los escenarios gordos de la plataforma conocida coloquialmente como Mordor, el canadiense Mac DeMarco nos envolvió con la brisa pop de su reciente ‘Here comes the cowboy’, con envolventes ‘tempos’ y sensuales reflejos ‘funky’.

El orden alt-rock de origen noventero lo representó, y con el pabellón alto, Stephen Malkmus con su banda, The Jicks, dando una vez más con la manera de cantar la misma canción de un modo distinto y jugoso. El ex-Pavement se encontró a gusto en el medio tiempo nublado, de guitarra enrarecida, receso emotivo y mano tendida a la inventiva del krautrock, con sonidos de sintetizador ‘vintage’. La última obra del grupo, ‘Sparkledhard’ (2018), garantizó la tensión interior con piezas plácidamente inquietantes como ‘Solid silk’ y ‘MiddleAmerica’.

La estela de Iggy Pop

Sin salir de rock, pero alzando el tono, la catarsis de TheMani-las, power trio femenino encabezado por una Maika Makovski que, tras sus últimas incursiones en el folk de sus ancestros balcánicos, parece tener ganas de un poco de furioso rock’n’roll. Temas propios y versiones asilvestradas (‘Wake up little Suzie’) en un pase garajero con corazón glam, que la mallorquina amenizó lanzándose al público y bailando y correteando locamente sobre el césped artificial cual Iggy Pop en sus tiempos más febriles.

De otra liga, e incluso de otro planeta, salió Elena Setién, singular creadora donostiarra que tras sus años entre Londres y Copenhague ha publicado un tercer disco, ‘Another kind of revolution’, en el sello estadounidense Thrill Jockey, asociado al post-rock de Chicago (Tortoise, etc). Canciones con vistas a una realidad paralela, pero corpóreas, asentadas en el Hammond de Mikel Azpiroz, que Setién cantó entre la confidencia y el grito. Comola sinuosa Julien Baker, que recorrió su celebrado ‘Turnoutthelights’ a voz y guitarra eléctrica, arropada por una violinista y por inquietantes marejadas electrónicas.

Dulce memoria folk

Fue allí, en el noble edificio de Herzog y De Meuron, donde debutó en Barcelona la venerable Bridget St. John, rescatando las canciones y el sentimiento que le valieron ser tachada por John Peel (que fue su productor) como la mejor trovadora británica. Canciones que salían de su primera vida, de aquellos cuatro álbumes que grabó a caballo de los años 60 y 70: ‘Ask me no questions’ o ‘Mon gala papillons’, recorridas con suma delicadeza, en compañía de un violoncello.

St. John sutil y onírica, pero también terrenal y política en su versión de la canción pacifista ‘Thefiddle and the drum’, de Joni Mitchell, que comenzó ‘a cappella’ y que enlazó con el canto ‘Americathebeautiful’. Cantautora con el don para conmover, portadora de sensibilidad y memoria, que cerró con la tradicional ‘Lazarus’, golpeando la guitarra como en un ventilador rumbero con alma ancestral. Un punto de anclaje para el viaje entre el pasado y el futuro que propone este Primavera.