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Una exposición descubre la obra rebelde y colorista de la pintora Beatriz Aurora

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Eduardo de Vicente

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Imaginemos que estamos participando en el legendario concurso del Un, dos, tres. Y el presentador lee el anunciado del tema sobre el que tenemos que dar el máximo número de respuestas posibles. “Grandes pintores de la historia como, por ejemplo, Velázquez. Un, dos, tres, responda otra vez: Velázquez, Goya, Dalí, Sorolla, Miró, Van Gogh, Rembrandt, Renoir…” y así podríamos seguir durante un buen rato. Imaginemos ahora que esa misma pregunta se efectúa cambiando una sola letra. “Grandes pintoras de la historia como, por ejemplo, Frida Kahlo. Un, dos, tres responda otra vez: Frida Kahlo…" silencio silencio silencio… ¿Cuántos sabríamos decir tan solo un par de pintoras más? Parece que las mujeres no pinten nada y no es así.

Para empezar a remediar nuestro vacío cultural en este sentido podemos visitar una interesante, y muy concienciada, exposición que estará hasta finales de mes en la BiblioMusiCineteca del Poble Sec. Se trata de un completo repaso por la obra de la pintora Beatriz Aurora, que empezó a dedicarse a este arte con tan solo 4 años. Se define como ciudadana del mundo y no es de extrañar ya que, como cantaba Facundo Cabral “no soy de aquí ni soy de allá…” Su vida daría para una película, nació en Santiago de Chile, hija de una pianista catalana y un historiador madrileño que decidieron asentarse allí exiliándose del franquismo. Y ha viajado por medio mundo estableciéndose en México, Cuba o Catalunya.

Su obra, de la que se ofrecen unos 60 ejemplos (casi todos, reproducciones) está repleta de colorido y contenido político, mensajes en casi todos los cuadros y una inspiración que preside su carrera: “la lucha zapatista, por su gente maravillosa, ejemplo de dignidad, de calidad y calidez humana, la más grande y noble que jamás haya conocido y a quienes les debo el haberme convertido en la pintora que soy”. El lema que marca su vida es “rebeldía y creatividad” y sus cuadros son una buena muestra de ello.

Luminosos, poéticos, combativos, homenajes a la unión del pueblo con frases como “somos humanidad, naturaleza y un planeta en peligro de extinción” “no a la guerra”, “otro mundo es posible”, “un mundo donde quepan otros mundos”, “la medicina al servicio de la humanidad”… Ha vivido experiencias en medio mundo y sus mensajes son universales. Es un pozo de historia y, en la conversación, salta de sus vivencias en un país a otro con otro con facilidad, resulta imposible no caer en las redes de su pasión por la lucha de los más humildes.

Su obra destila optimismo por esa mezcla de colores vivos que puede recordar mucho a las típicas fiestas mexicanas, mujeres (a veces se dibuja a ella misma en algún rincón), montadas en medias lunas que parecen balsas que las conducen hacia un destino misterioso y estrellas que simbolizan a los compañeros que cayeron en la lucha. También hay muchas imágenes corales de los zapatistas u otros colectivos que combaten por sus derechos. Pero también las hay poéticas con sirenas dando el pecho, la naturaleza en todo su esplendor o el árbol de la vida.

Uno de sus dibujos ilustra el Congreso Nacional Indígena, en el que se reunieron 67 pueblos mexicanos con sus diferentes lenguas y culturas. La pared está presidida por esa imagen, pero también se ocupa de otros momentos o reivindicaciones zapatistas. De la comparación entre la muerte de Emiliano Zapata en 1919 (suya fue la frase de "La tierra es de quien la trabaja”) y la del activista Samir, asesinado un siglo después, en el 2019.

Habla con entusiasmo de los logros obtenidos y ha pintado los carteles para grandes citas como el Encuentro Mundial de Mujeres que luchan, que convocó a 8.000 mujeres zapatistas en marzo de 2018 para oponerse contra el sistema capitalista y patriarcal, del movimiento de los estudiantes chilenos en defensa de los indígenas mapuches o del Primer Festival de Cine Zapatista que se celebró el año pasado y en el que Alfonso Cuarón presentó la que luego sería su película más prestigiosa, Roma.

Tiene muy claras sus ideas políticas y cree que se está gestando un nuevo mayo del 68. Está convencida de que los nuevos principios zapatistas son la inspiración de múltiples movimientos populares como los indignados o los chalecos amarillos y cree que lo que está pasando en Catalunya es muy importante, “ya que se trata de una lucha intergeneracional, democrática y cultural”. Uno de sus cuadros se dedica precisamente a la festividad de Sant Jordi, Te regalo una rosa. Muestra a una mujer sobre la habitual media luna con estrellas brillantes que recuerdan a la estelada y un libro, Don Quijote de La Mancha. Sí, resulta poco catalán, pero la autora lo justifica aludiendo a que se trata de un símbolo universal.

Una artista comprometida con el mundo que le ha tocado vivir, que habla (y pinta) con sinceridad, que tiene las ideas muy claras y ofrece cuadros optimistas, positivos, llenos de luz y esperanza por un mundo mejor. Descubrirla supone amar su trabajo, su esfuerzo, su lucha. Una de esas mujeres que dejan huella… y una obra valiente.