CRÓNICA
Suzanne Vega, en un infinito 'Einstein on the beach'
La cantante neoyorquina actuó como carismática narradora en la versión concierto de la ópera minimalista de Philip Glass en el Palau
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto
Volvió Suzanne Vega este lunes a Barcelona, casi una década después de su última visita, pero no para interpretarnos sus canciones, sino para ejercer de narradora de un clásico vanguardista, la versión concierto de la ópera ‘Einstein on the beach’, de Philip Glass y Robert Wilson. Una obra que en 1976 causó tanta fascinación como perplejidad en su estreno en el Festival de Aviñón, y que hoy sigue siendo un artefacto diferente, con sus reglas propias de escenificación y relación con el público.
Tres horas y media de música infinita encuadradas en el ciclo que el Palau dedica a Glass en esta temporada. Minimalismo ‘hardcore’ portador de vibrantes progresiones armónicas, agujero negro de energía en sintonía conceptual con un mito del siglo XX: la figura de Einstein, y la ciencia como un tren en el que viajar más allá del espacio y el tiempo, vehículo del conflicto moral (ilustrado a través del juicio y la prisión) y con destino al cataclismo atómico. Con todo eso tiene que ver esta obra de la que Glass nunca ha querido indicar un sentido preciso, y que cada oyente puede leer a su manera.
Libertad en la sala
Igual de libre puede ser su comportamiento durante la ejecución: las puertas de la sala sinfónica del Palau se mantuvieron abiertas para que cada cual pudiese levantarse, bajar por ejemplo a tomar un café, salir incluso a cenar y volver para asistir al clímax de la obra. O todo lo contrario, permanecer atento a las dinámicas musicales, a la conjunción de texturas electrónicas, flautas traveseras, clarinete, saxo y violín (alusión al mismo Einstein) del Ictus Ensemble, y a las 14 voces, masculinas y femeninas, del coro, también belga, Collegium Vocale Gent. Así lo quiso siempre Glass, y así respondió el público, en el que a partir de la hora y media de inmersión ‘minimal’ se comenzaron a registrar bajas (muchas de ellas sin retorno).
Puede entenderse: ‘Einstein on the beach’ abruma con sus construcciones catedralicias, sus marejadas llenas de mística y sus insistentes bucles repetitivos, reflejo del gusto de Glass por los ‘tiempos largos’. Ahí, Suzanne Vega representó un toque de serena humanidad desde su primera intervención, en la ‘Knee 1’, con la voz casi fundida con la instrumentación y entre las invectivas marciales del coro, que recitaban números de patrones rítmicos y los nombres de las notas musicales. También Vega se comportó con informalidad, sentándose en los escalones laterales del escenario para descansar en algunos pasajes.
La sesión devino hipnótica y a partir de cierto punto ya solo se trataba de dejarse llevar por las olas profundas, de atender a la irresistible invitación al viaje espacial del tercer acto, camino del apocalipsis y del epílogo romántico redentor. El amor como cura, en boca de una Suzanne Vega discreta y carismática, absorta en su papel, que culminó la obra relatando la escena del beso y levantando una larga ovación, la primera y última de esta noche distinta, en torno a una pieza de música que resulta todavía desafiante cuatro décadas después.
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