EL LIBRO DE LA SEMANA

'La musa intrusa', de Gonzalo Suárez: el mapa de toda una vida

A sus 84 años, el escritor y realizador de cine sigue demostrando en su última novela una gran frescura creativa

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Domingo Ródenas de Moya

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Hace unos meses, en febrero, Gonzalo Suárez estrenó en el Museo del Prado una película rebosante de originalidad, 'El sueño de Malinche', ilustrada por el artista Pablo Auladell. Y digo ilustrada y no animada porque la historia del choque brutal entre el medio millar de hombres de Hernán Cortés y el pueblo nahuatl, al que pertenecía su intérprete y amante, la Malinche, se narraba a través de dibujos tan sobrecogedores como estáticos. Menciono este filme de movimiento congelado solo para mostrar la increíble energía y frescura creativas de Suárez a sus 84 años. Las mismas que han distinguido su carrera de escritor y cineasta a contrapelo desde los años 60. Ahora todo su bagaje parece haberse orientado hacia el examen del pasado, remoto o próximo, colectivo o privado, el de su memoria cultural y, sobre todo, vital. Un viraje en el que ha adquirido -aunque a él, alérgico a la solemnidad, no le gustará que se diga- una hondura sin apremios ni énfasis, de trémula sabiduría y serena jocundidad, que es la propia del estilo tardío de los grandes creadores.

'La musa intrusa' es el resultado de una intromisión, la de la sardónica musa posmoderna de Suárez en el momento en que iba a pergeñar el prólogo a una narración que reelabora paródicamente el mito de Hamlet. Esa interrupción le provoca una tormenta mental de recuerdos y pensamientos varios que el autor no tiene más remedio que aplacar dándoles forma escrita a manera de «anecdóticos precedentes autobiográficos», porque de ellos se alimenta soterradamente el relato hamletiano. De este modo, el libro queda dividido en dos mitades, la de la memoria y la de la fantasía, entre las que existen sutiles túneles que comunican lo vivido con lo imaginado. Queda el lector invitado a descubrir esos canales ocultos por los que la experiencia se transfigura en mito (o sueño). A ambos lados está Gonzalo Suárez y en ambos la figura del padre perdido cobra una presencia fantasmal, la de una oquedad ineludible.

El tarot

En la mitad autobiográfica, el personaje que dota de realidad los recuerdos al inyectarles dolor retrospectivo es Gonzalo Suárez, el octogenario que ha hecho del cine su espacio (su «ciudad extranjera preferida») y de la literatura su tiempo («la fuente en que sacia su sed de futuro y de pasado); es el joven compañero de estudios y alcoholes del poeta Claudio Rodríguez, el que consultó su porvenir a una bruja echadora del tarot o tonteó con los mensajes siniestros del ouija, el que fue amigo de Sam Peckinpah o tuvo la epifanía en una torre perdida de Londres de que en arte la impureza y la mezcla suman.

En la mitad mítica, Suárez es el narrador que, provisto de la gabardina detectivesca del cronista Martín Girard -inventado como heterónimo en 1962, antes de que todo empezara-, husmea en la historia del chico distinguido y gordo al que el espectro de su padre exige vengar su asesinato. Intruso él mismo en el universo inalterable de Hamlet y Ofelia, de la madre lujuriosa, el tío traidor y el sepulturero cínico, deambula por la tragedia eterna como un niño en un castillo encantado, confundido con las sombras y reflejado en ellas. Realidad e imaginación se abrazan en el padre que abrió las compuertas entre esas dos regiones y que ahora, desde la atalaya de los años se ve que dibujan el mapa de toda una vida, la de este creador formidable.