CRÓNICA DE TEATRO

'El gran mercado del mundo': alegorías en la niebla

El TNC se coaliga con la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) para sacar a relucir las virtudes de un auto sacramental de Calderón

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icult obra de teatro el gran mercado del mundo / periodico

Manuel Pérez i Muñoz

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Escribe Xavier Albertí que una niebla espesa se cierne sobre los autos sacramentales, un velo que en los escenarios de Barcelona se podría hacer extensible al resto de los hitos del teatro del Siglo de Oro castellano. Con la intención de disipar la bruma, el director del TNC monta durante más de un mes 'El gran mercado del mundo' de Calderón de la Barca en una plaza difícil, la Sala Gran. ¿Qué podemos destilar de este auto de lenguaje barroco en verso, con personajes que representan alegorías de fosilizada moral católica y una estructura argumental más que previsible? De disipar prejuicios va la cosa.  

En un contexto creativo en el que brilla la hibridación y languidece la representación naturalista, el lenguaje simbólico de este tipo de composiciones resulta un terreno fecundo para abrir nuevos caminos expresivos. Y si no que se lo digan a Los Número Imaginarios que tocaron el cielo con su auto 'La cena del rey Baltasar', también de Calderón. Nos faltaba saber si Albertí sacaría a pasear ese pulso suyo más estilizado y sobrio de obras como 'El professor Bernhardi' o esa faceta más lúdica y gamberra de sus años de cabaret intelectual en la Muntaner. Es el segundo caso, como corresponde. 

A pesar de que al mecanismo le cuesta arrancar en la primera parte, la historia de estos dos hermanos que compiten por el amor de Gracia y la herencia de su padre va sumando hallazgos a medida que llegan al mercado. Allí tendrán que probar su valía comerciando con tenderas como la Soberbia o la Humildad. La potencia evocadora de la escenografía de Max Glaenzel hace girar, también en el sentido figurado, el mecanismo de la acción. Asimismo, la versión del texto del propio Albertí rueda grácil sin conservantes ni colorantes, y hasta se entretiene en detalles de peso como su integrismo contrarreformista. 

Virtud y subversión

No faltan añadidos para ventilar la fórmula, como los momentos musicales, algunos bien ensamblados, otros con la marca cupletista de la casa que cuesta poner en situación. El toque definitivo llega del no tan piadoso inserto de un juego de alegorías finales, que muerden y subvierten apuntando al escándalo pero sin excederse, tal vez pensando en los escenarios más clasicófilos de Madrid a donde después viajará la pieza. 

De la unión de la CNTC y el reparto catalán surge una simbiosis de expresividad bien calculada por Albertí y movida con gracia por Roberto G. Alonso, que también destaca descarada como Lascivia. Sílvia Marsó como Culpa se crece maliciosa y precisa en su monólogo, guinda de un reparto agigantado donde algunas intérpretes apenas tienen unas pocas frases. Cosas de gran carrusel público, que por suerte en este caso gira tan rápido que consigue disipar la niebla que cubre los autos sacramentales, dejando al descubierto serenas virtudes.