EL LIBRO DE LA SEMANA

Crítica de 'La vida a ratos', de Juan José Millás: un viaje aprensivo por la vida

El escritor madrileño compone una novela con un protagonista autorreferencial que sufre una neurosis depresiva

zentauroepp42203220 icult190430163053

zentauroepp42203220 icult190430163053 / periodico

Domingo Ródenas de Moya

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Los aficionados a los diarios de escritor saben hasta qué punto estos acaban produciendo la sugestión de una estructura narrativa deliberada, como si el autor la hubiera diseñado conforme a un plan secreto mediante el que todas las entradas apuntan sus flechas a una unidad de sentido, a un punto de fuga único. Es y no es una impresión ilusoria, porque las entradas del diario se van sucediendo como los días y las semanas, sin más lealtad que la del discurrir tan rutinario como azaroso de la vida. Pero no es menos verdad que esa cadena de anotaciones suele ostentar unas obsesiones recurrentes, una misma distorsión a la hora de observar y evaluar la realidad, unas invariables debilidades de carácter, la misma mochila de carencias y anhelos. Y la coherencia que proporciona la repetición de estas marcas de subjetividad es la que dota de fuerza narrativa al diario, sin que necesite los clásicos presentación, nudo y desenlace. Por eso Juan José Millás ha podido dar a su última novela, 'La vida a ratos', la forma de un diario con un resultado óptimo.

El escritor protagonista se llama también Juanjo Millás y, como el autor, colabora en la prensa y en la radio e imparte clases de escritura creativa. A juzgar por la obra del Millás real, el diarista comparte con él también una neurosis depresiva rentabilizada a efectos literarios, la fascinación por los mecanismos y rendijas ocultos de la psique y del cuerpo, por la patología, la fisiología y la anatomía, a veces desde una actitud hipocondríaca, el gusto barroco por las asimetrías y las inversiones del orden establecido como vías de desenmascaramiento de lo real, y todo ello desde un pesimismo triste aliviado, sin embargo, por un sentido del humor absurdo, negro, surrealista, que no se frena ante lo autoparódico. Millás se ha proyectado a sí mismo en este experimento de componer una novela a base de apuntes diarísticos en los que, como en toda elaboración literaria, la materia extraída de la realidad ha sido adobada y pasada por el alambique de la ficción, que es como adquiere su eficiente verosimilitud.

El Millás brillante de las columnas y articuentos está recogido aquí, concentrado en cada página, con su consabida retórica de buscar el revés de las apariencias, de mirar con suspicacia —y temor— los objetos que nos rodean y nuestros protocolos de comportamiento para desnaturalizarlos y subrayar su extrañeza, e incluso su monstruosidad. Con ese fin puede sacar petróleo de las dicotomías entre el aquí y ahora y el más allá, entre lo visible y lo invisible, entre la vigilia y el sueño, entre el interior y el exterior o puede servirse del mundo animal, con preferencia por los insectos. En general, Millás adopta una perspectiva psicopatológica (la del neurótico severo, la de un paranoico que ve conexiones inexistentes, la del esquizofrénico que oye voces) para ubicar al lector en ángulos muertos desde los que sorprender la realidad como una construcción ilusoria y sin embargo fatal, es decir de la que no es posible escapar. Porque no son escapatorias el gintónic vespertino, los antidepresivos, la visita frecuente al médico y al terapeuta, las cuatro horas diarias de lectura, la escritura misma, sino que son la ortopedia que hace posible sobrellevar esa vida de algunos de cuyos ratos deja aprensiva constancia este libro.