CRÓNICA

Mumford & Sons, de la fiesta a la ceremonia

El grupo británico escenificó en el Palau Sant Jordi su evolución del folk-rock al misticismo épico plasmada en su último disco, 'Delta'

Actuación de Mumford & Sons en el Palau Sant Jordi

Actuación de Mumford & Sons en el Palau Sant Jordi / periodico

Jordi Bianciotto

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Siguiendo la pista de sus dos primeros discos, Mumford & Sons podría haber sacado punta a su fondo folk, el trazo más distintivo de su personalidad, pero en lugar de eso ha preferido trabajar más las atmósferas, la electricidad y la construcción de artefactos épicos con la vista puesta en el ‘stadium rock’. No podemos decir que les haya ido mal con la elección: este sábado volvió a Barcelona por la puerta grande, agotando las entradas del Palau Sant Jordi seis años después de su anterior visita.

Concierto único en España cuyo comienzo se retrasó 40 minutos a causa de las largas colas en los accesos: efectos de la puesta en práctica de la entrada nominal, para combatir la reventa, que forzó la lenta comprobación de la titularidad de cada ‘ticket’ DNI en mano. Dentro del Sant Jordi, un escenario rectangular levantado en el centro de la pista nos daba a entender que Mumford & Sons busca la cercanía del público y la postal en que aparezcan rodeados de fans por todas partes, como los políticos en los mítines modernos.

Adictos al ‘crescendo’

Desde esa tarima desplegó Marcus Mumford su música con ambición trascendente, como el predicador que llama a las puertas del cielo sintiendo el aliento de los acólitos. Empezó por ‘Guiding light’  (del nuevo disco, el cuarto, ‘Delta’), a partir del diálogo de voz y guitarra acústica y a través del ‘crescendo’ con la incorporación del grupo, esquema que siguen muchas de sus composiciones. Banjo, contrabajo y violín recordaron con vigor las raíces de la banda en una secuencia que se llevó el Sant Jordi por delante: ‘Little lion man’, ‘Holland road’ y ‘The cave’, con rasgueos frenéticos de guitarra y claros de intimidad violentados por el efecto triunfal de las dos trompetas. Canciones de sus dos primeros discos.

A decir verdad, Mumford & Sons siempre tuvo ese ramalazo épico: recordándolo estuvo, por ejemplo, ‘Lover of the light’, que creció mirando de reojo a U2. En ese carril más cargado se situó ‘Believe’, con su grandiosidad amparada en el mar de puntos de luz de los móviles en las gradas. Y la cosecha de ‘Delta’: el recogimiento místico de ‘Beloved’ y la gravedad envolvente de ‘Slip away’. Material que, según ha apuntado el grupo, ronda las abismales ‘cuatro D’ (divorcio, drogas, depresión y muerte, ‘death’) y con el que la banda construyó un clima denso y ceremonioso (con excepciones como la refrescante ‘Ditmas’), que acabó de estallar en el aparato arrollador de ‘The wolf’.

Mumford & Sons no quiere ser una banda de folk festivo aunque su mayor ‘hits’, ‘I will wait’, atalaya del bis, así lo insinuara siete años atrás. Incluso cuando adopta una forma desnuda (‘Cold arms’ y ‘Forever’, antes de que el grupo telonero, Gang of Youths, se sumara en ‘Blood’) se acerca a la letanía ‘springsteeniana’ más opaca: también en ‘Delta’, punto y final de la noche tirando a pretencioso. Música que quiere ser más que música, que tiene como meta la dominación mundial apelando a algo más grande, tanto que puede llegar a perder de vista el pentagrama.