ESTRENO EN EL POLIORAMA

'Crimen y telón', un futuro sin arte

Ron Lalá juega con la intriga e inventa una original distopía donde el teatro es eliminado de la faz de la tierra

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Marta Cervera

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Renovar los clásicos, hacerlos atractivos al público es el motor de Ron Lalá. La original compañía madrileña triunfó en el Poliorama con 'El Siglo de Oro, el siglo de ahora' y ahora acaba de aterrizar en el mismo escenario con su montaje más ambicioso hasta la fecha: 'Crimen y telón'.

Intriga, misterio y su peculiar humor "crítico y cítrico", como les gusta decir, se entrelazan en una obra distópica que muestra un mundo no muy lejano. El panorama que plantea es desolador. Estamos en el 2037, las máquinas lo dominan todo y el arte ha muerto. El hallazgo de un cadáver que representa el teatro llevará y la investigación de un avezado detective llevarán a descubrir, entre otros, los motivos que han provocado el asesinato del teatro. "Hay una crítica a la situación de las artes. Queremos ofrecer elementos para la reflexión y descubrir nuevos territorios", indica Yayo Cáceres, director del montaje.

Escrita por Álvaro Tato y modificado hasta la saciedad entre toda la compañía en la sala de ensayo, la historia avanza a veces con números musicales, otras con saltos en el tiempo y hasta con teatro de sombras gracias a un sólido quinteto de actores formado por Juan Cañas (inspector Noir), Íñigo Echevarría que se intercalará con Jacinto Bobo en el rol de tentiente Blanco, y Fran García,  Miguel Magdalena y Daniel Rovalher que interpretan a una variedad de personajes. "No sé si es un gran espectáculo pero sí que es un espectáculo grande. Necesita varios planos porque pasan muchas cosas". Por ejemplo, el detective Noir que dirige la investigación es, en realidad, un yonqui del arte y, cuando nadie le ve, lee poesía a escondidas. "Los versos le llevan al delirio y en ellos tiene 'flashbacks' que le ayudan a avanzar en sus pesquisas", explica Cáceres.

Mentes pensantes

'Crimen y telón' tiene algo de 'Fahrenheit 451', de Ray Bradbury, otra obra sobre la importancia de la cultura, en este caso reflejada en el mundo de los libros eliminados por orden del poder. La última creación de Ron Lalá recala en Barcelona coincidiendo con la última semana de campaña electoral donde la cultura no ha ocupado espacio en los debates políticos vistos en televisión. "Probablemente, es la inversión más grande que se puede hacer en un pueblo", recuerda el director. "La cultura y la educación son las dos grandes herramientas para escuchar lo que no se dice, para ver lo que no se muestra, para descubrir qué está detrás de las cosas. Quizá nos engañarían menos si fuésemos más cultos".

Por ahora la respuesta del público ha sido positiva. La obra ha enganchado a gente de todas las edades. "El trabajo escénico es lo suficientemente abierto para que el público se meta de lleno en ella y se meta a imaginar contigo". La clave es no darlo todo masticado sino invitar a dejar volar la imaginación y entrar en su juego. Si algo odian es aburrir. "Queremos que la gente salga del teatro preguntándose: ¿Qué hacemos sin el arte? No somos nada. Sin él se acaba la magia". En ese futuro distópico que imaginan los tres pilares del mundo global serán el entretenimiento absoluto, el gasto extremo y el bienestar obligatorio. Seguro que algunos firmarían encantados. 

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