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'La princesa Anastasia, el musical', una esforzada versión de una gran historia

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Eduardo de Vicente

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Uno de los grandes musicales que pueden verse ahora mismo en Madrid es Anastasia, que versiona la película animada de 1997 que, aunque pudiera parecer de Disney, era de la Fox. Por ahora no parece fácil que este espectáculo llegue a nuestra ciudad, pero sí que podemos ver un montaje de pequeño formato en castellano que reproduce la misma historia y que también incorpora canciones originales compuestas para esta ocasión. Se trata de La princesa Anastasia, el musical, que se representa en el Aquitània Teatre.

Es importante aclarar, de entrada, que se trata de una obra mucho más modesta que no por ello se resigna a su humildad y presenta a 17 actores en escena y una gran riqueza de vestuario. Eso sí, la música es pregrabada y el escenario únicamente está ocupado por unos grandes focos frente a una cortina negra sin ningún tipo de decorado. Está destinada a todo tipo de público, incluso el infantil, aunque la podrán apreciar mejor los niños ya algo creciditos.

Buscando a la impostora perfecta

La trama, como la película original, versa en torno a una anciana emperatriz, María Fiodórovna Románova, que busca a su nieta, la joven Anastasia desaparecida tras la revolución rusa. Una pareja de bribones, uno de ellos antiguo empleado de palacio, intentan encontrar a una chica y educarla para que se comporte como Anastasia y finja ser ella para así conseguir una importante recompensa. Pero la joven cumple demasiado bien con su papel, hasta el punto de que llegan a dudar si no se trata de la auténtica princesa.

Los actores cumplen con su cometido tanto a nivel interpretativo como vocal, las canciones resultan adecuadas y también tienen guiños al original (la orquestación de uno de los temas recuerda mucho a la canción central Once upon a december y hay un número dedicado a París -Bonjour-, como en el filme original). El coro, formado por 12 artistas de distintas edades y complexiones, escapa de los tópicos de los típicos jovencitos acrobáticos, y las coreografías resultan sencillas, nada de piruetas, pero funcionan.

De la dramaturgia al reparto

Su principal inconveniente radica en su dramaturgia, más irregular. La historia, si no se conoce previamente, puede resultar algo confusa y los chistes (casi siempre se centran en los errores de uno de los personajes al citar los nombres rusos) son demasiado repetitivos. Tampoco están muy justificadas las frecuentes incursiones de los personajes en la platea.

Y su principal valor es haberse atrevido a intentar emular el espectacular musical de Broadway pese a contar con un presupuesto tan ajustado y que su resultado final sea más que aceptable. En el reparto destacan la dulzura de Alexandra Larios (Anastasia), la sobriedad de Agustí Salvador (Iván), el talento cómico de Hugo Riveros (Boris) aunque el texto no le acompañe, la veteranía de Maribel Ibarz y el dueto que se marca con su “nieta” o el vozarrón del tenebroso Jorge Fernández Hidalgo, también coreógrafo y letrista.

Iluminación y vestuario

Al carecer de decorados, el juego de luces es constante e imaginativo, así como el vestuario que empieza más contemporáneo para ir convirtiéndose cada vez en más clásico. Eso sí, muy variado, aunque uno de los vestidos de Anastasia parece extraído de Caperucita Roja mientras que en otro se nota la influencia de la Audrey Hepburn de My fair lady.

En suma, un esfuerzo notable para llevar al escenario una historia eterna a cargo de un grupo con mucha voluntad y talento. Si el texto hubiera estado algo más trabajado podríamos estar hablando de un pequeño gran musical pero eso no le quita el mérito a un equipo que, como dice una de las canciones “nunca deja de soñar”.