'¿A quién te llevarías a una isla desierta?': pretensión contra realidad

Este drama generacional tiene vocación naturalista, pero abusa de las líneas de guion poéticas

pelicula a quien te  llevarias a una isla desierta

pelicula a quien te llevarias a una isla desierta / periodico

Juan Manuel Freire

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En su segundo largo, el director de 'Animales sin collar', el director Jota Linares y su coguionista Paco Anaya trasladan al cine una obra de teatro propia del 2012 con forma de grito generacional. Han pasado algunos años, pero los efectos de la crisis siguen vigentes en la sociedad española actual y hoy por hoy solo serán todavía más, jóvenes y no tan jóvenes, quienes se podrán reconocer en las decepciones de sus cuatro personajes centrales.

Son Celeste (una estupenda Andrea Ros), Eze (Pol Monen) y Marcos (Jaime Lorente), tres compañeros de piso, y la novia del tercero, Marta (María Pedraza, de nuevo haciendo pareja con Lorente tras 'Élite'), que no paga alquiler pero casi, casi vive allí también. Cuando los conocemos, es el día más caluroso de los últimos 20 años en Madrid y se acerca la última noche que pasarán juntos antes de emprender caminos separados. Lo que debía ser una juerga mítica deriva, gracias a, o por culpa de, un juego medio inocente, en catarsis sentimental de primer orden: casi todo lo que conocían se revela pequeña impostura.

En ningún momento se oculta el origen teatral del texto: '¿A quién te llevarías a una isla desierta?' juega, sobre todo en su segunda mitad, con la claustrofobia de un único escenario, apoyándose sobre todo en la palabra, casi en exceso. Hay una vocación de naturalismo, pero por otro lado muchas líneas de guion suenan artificiosas; es difícil imaginarse a alguien diciendo en el váter algo como "las mentiras son una mierda porque te recuerdan lo que no eres".

Tras los juegos reveladores, la película de Linares se instala en un nivel de ansiedad que podría estar mejor modulado. La mejor parte es el epílogo en el teatro independiente: es aquí donde se exploran con más sutileza las distancias (también los acuerdos) entre pretensión y realidad, y donde Ros asesta, sin esfuerzos visibles, sus más importantes golpes de emoción. Emoción tranquila.