CRÓNICA
Rufus Wainwright, sublimar el pasado en el Liceu
El músico celebró el 20º aniversario de sus dos primeros álbumes con un deslumbrante concierto arropado por su banda
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto
La manera más brillante de demostrarnos que dedicar una gira a la recreación de obra antigua tiene algún sentido es mejorar la versión original, y en eso está Rufus Wainwright, crecido como figura escénica y como cantante en ‘All these poses’, el itinerario retrospectivo que le trajo este martes al Liceu (Suite Festival). Noche para el disfrute de un artista con el que la naturaleza fue generoso: compositor refinado, intérprete con carisma y gracioso ‘entertainer’.
Mientras esperamos que tenga la bondad de publicar un disco tan inspirado como aquellas dos primeras obras (o las dos siguientes), Wainwright recordó las bases de su arte de la canción y proyectó su mejor versión. Empezando por una primera parte asentada en ocho canciones de su debut, de 1998: de la simpática ‘April fools’ a los contornos oníricos de ‘Barcelona’ (que presentó disculpándose por los clichés de “corridas de toros y castañuelas”) y de ahí hasta aquel ‘Beauty mark’, que compuso después de que su madre desaprobara las últimas canciones que le había mostrado.
Creciéndose con Joni Mitchell
Wainwright tenía entonces veintipocos años y ahora, 45. Canta con más aplomo y dejando más poso, su técnica es precisa, un poco más contenida y se ajusta con emoción matemática a los requerimientos de la instrumentación, que vino a cargo del quinteto dirigido por Gerry Leonard. Su versión de ‘Both sides now’, de Joni Mitchell, cortó la respiración y marcó el clímax del primer bloque, completado con la notable pieza inédita ‘The sword of Damocles’, con fondo anti-Trump. La cantó después de quitarse la chaqueta y quedarse en chaleco sin nada debajo. Rufus cachondo: “Lo sé, tengo un cuerpo increíble”.
Sus poderes fueron a más si cabe en la segunda parte, en la que recorrió ‘Poses’ (2001) al completo a partir de las notas juguetonas de ‘Cigarettes and chocolate milk’. Envuelto de lentejuelas o plumas negras, príncipe del cabaret y pianista abocado a su océano de arpegios, nos precipitó en el trance de ‘Shadows’ y nos llevó hasta los ‘Grey gardens’ con una profundidad que no estaba a su alcance cuando creó estas piezas. Cima siniestra con la mayestática ‘Evil angel’ y el fundido, solo al piano, de ‘In a graveyard’.
El bis reservó las cartas habituales de la gira: ‘Imaginary love’, ‘Going to a town’ y la versión de ‘Across the universe’, de los Beatles. Pero algún resorte intangible propulsó a Wainwright de nuevo al escenario para retener al público unos minutos más con ‘Hallelujah’, de Cohen, ofrenda última para una noche de esplendor.
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